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domingo, 8 de diciembre de 2013

Los ojos del bosque y del océano

  -Ni de coña vas a ir.
  -No me lo puedes impedir.
  -Pues que te lo impida otra persona.
  -Me da igual a quien llames, nadie lo conseguirá.
  -¿Ni siquiera Alic?
  Un punzante dolor atravesó su corazón.
  -Ni siquiera Alic -contestó con fingida seguridad. -La que está ahí fuera es mi hermana, y nadie vale más que eso. ¡Joder! ¿Tan difícil es de entender?
  -¡Simmon, acéptalo de una maldita vez! ¡Está muerta!
  -¡CÁLLATE! -Simmon se abalanzó hacia delante, hasta quedar a escasos centímetros de su tío -ni se te ocurra volver a insinuar, ni siquiera a pensar eso, aunque sea por tan solo un segundo, o juro que te mataré y que tiraré tu cadáver a esos asquerosos Carne Podrida. -Escupió en el suelo, para que su promesa ganara más fuerza. Después de dirigirle una fulminante mirada a su tío, John, dio media vuelta y se marchó.
  -Insensato -le escuchó decir, justo antes de dar un portazo y de dar por zanjada la conversación.


  Simmon caminó con paso lento hasta el baño. Una vez allí, se miró detenidamente al espejo. ¿Qué había pasado? No comprendía nada de lo ocurrido en la última semana.
  Abrió el grifo, el agua estaba helada. Sin molestarse en esperar a que se calentara, se llenó las manos y se la estampó en la cara, una y otra vez, para despejarse. Finalmente, cerró con rabia el grifo, y contempló su rostro empapado en el espejo. En apariencia, todo seguía igual: su pelo seguía siendo de un oscuro tan intenso que costaba de imaginar, indomable y salvaje. Su piel, seguía siendo pálida y suave. Sus característicos ojos tampoco habían cambiado: el izquierdo tenía el color de un profundo bosque, un verde majestuoso. Y el derecho era imponentemente azul, como un furioso océano en mitad de una fuerte tormenta.
  Su rostro era de facciones finas, sus manos eran grandes, con dedos finos y delgados; de pianista, como le solían decir. Él era alto, y estaba en forma. Pero, a pesar de su atractivo físico, nunca había sido demasiado popular. Es más, antes, a menudo, sufría bullying. Y todo por sus gustos. Simplemente porque le gustaba vestir de negro y llevar camisetas de grupos de rock, le llamaban satánico, gótico, emo, corta venas, etc.
  Suspiró. En ese momento llevaba unos pantalones negros y una camiseta de Avenged Sevenfold. Se observó detenidamente como tantas otras veces había hecho, evaluándose.
  «Puto gótico» resonaron voces en su cabeza. «Vete a cortarte, emo». Un coro de risas. Se miró las muñecas. Innumerables cicatrices las adornaban. Cerró los puños con rabia.
  Se odiaba, era un inútil. Un asqueroso inútil que nunca había servido para nada. Ni siquiera había podido salvar a su hermana, que tanto la había ayudado a lo largo de su vida. Si no hubiera sido por ella, él ya estaría muerto.
  También cerró fuertemente los ojos.
  «Cabrón» se dijo. «No sirves para nada. Estarías mejor muerto».
  Resonó un grito, seguido por el sonido de miles cristales rompiéndose y cayendo. Un agudo dolor en su mano izquierda devolvió a Simmon a la realidad. La tenía toda llena de un líquido rojo brillante, que brotaba abundantemente de numerosos y profundos cortes. Corrió a la otra punta del cuarto, y arrancó varios papeles. Se tapó la herida con ellos, pero no conseguía costar la hemorragia. Estaba empezando a marearse a causa de la adrenalina y de la pérdida de sangre.
  En ese momento, la puerta se abrió bruscamente.
  -¡Dios mío, Sim! -gritó una voz familiar. De inmediato, estaba rodeado por unos finos brazos que impedían que se cayera. -¿Qué te ha pasado? ¿Por qué has hecho hecho? Dios, dios, tengo que sacarte de aquí... ¿puedes andar?
  La vista se le empezaba a nublar. Perdía fuerza, por lo que soltó nos papeles ensangrentados. De la herida seguía manando sangre.
  -¡Sim! ¡Simmon! ¡No te duermas! Voy a sacarte de aquí.
  -A... Alic -balbuceó él.
  -Cállate, te estás desangrando.
  Simmon cayó en sus brazos, ya sin fuerzas para seguir de pie. Decidió cerrar los ojos y relajar su respiración. Pensó en Alic. Tenía una sonrisa tan bonita... era una chica sencilla. Su pelo era negro y rizado, sus ojos, oscuros. No era alta. Nunca había destacado entre las demás, pero, a pesar de eso, la amaba. Era mucho más que su novia; era su mejor amiga, su compañera, su segunda hermana. Le debía tanto... finalmente, dejó de tener uso de razón. Simplemente, se durmió entre sus brazos, sin la seguridad de que volvería a despertar.


  Había mucha luz, demasiada. Algo apretaba su mano izquierda. Simmon no sabía donde estaba, ni qué había pasado, ni cómo había llegado allí. Intentó recordar. Un espejo. Muchos cristales rotos. Dolor. Sangre. ¿Qué había pasado...? Entonces la realidad le golpeó como una maza. Lo recordó todo. El brutal ataque que había sufrido su ciudad. Como decenas de zombies habían entrado en su casa a la fuerza. Gritos. Dolor. Recordaba a la perfección a su madre, tirada en el suelo, sin medio brazo, sobre un charco de sangre. Estaba ahí tirada, agonizando, y él no pudo hacer nada. Recordaba con dolorosa claridad como todos y cada uno de sus poros se podrían lentamente, como su pecho dejaba de subir y bajar, como su cara perdía color y vida. Recordaba que se levantaba, tambaleante, completamente demacrada. Tan solo el color de sus iris seguía intacto. Parecía que tuviera los ojos inyectados en sangre. 
  Recordó como clavaba en él sus horribles ojos, como abría la boca, sin producir más sonido que un gruñido. Como, de imprevisto, había corrido tras él, con una aterradora velocidad, intentando comerle vivo. Y recordaba el potente disparo que le había volado la cabeza, disparado por su tío.
  A partir de ahí los recuerdos eran más borrosos. Una mano que aferraba su brazo, una frenética huida. Le metían en un gran camión que alguien arrancaba con dificultad. A medida que avanzaban iban atropellando zombies. Bultos inertes adornaban las aceras, que, lentamente, se transformaban en monstruos. «¿Cuántos son ya?» Se había preguntado vagamente. «¿Algún día acabará esta masacre? ¿Será este el fin del mundo? Y si así es, ¿es correcto que nos revelemos a nuestro destino? ¿No nos acarreará eso mayores problemas?»
  Después, se había desmayado.


  Y ahora estaba allí, en un refugio, rodeado de desconocidos.
  Y sin su hermana. No sabía absolutamente nada de su hermana. Por eso se sentía obligado a volver allí, a salvarla.
  Aunque era muy probable ya estuviese muerta.


  Se arrancó la fina sábana que le cubría y se levantó con brusquedad. Tuvo que apoyarse en la pequeña mesilla que había junto a la cama, porque se mareó.
  Paseó la mirada por la habitación, inspeccionándola. Era pequeña. Las paredes eran blancas, sin ningún tipo de decoración. Tan solo estaban la cama y la mesilla. Y, al fondo, a la izquierda, una puerta blanca con una pequeña ventana rectangular, a través de la cual se vislumbraba un pasillo.
  Avanzó hasta la puerta, abriéndola lentamente. Caminó despacio, hacia la derecha, hasta llegar a otra puerta que daba a la calle. Salió al exterior.
  Cuando sus pies desnudos se clavaron dolorosamente las piedras del suelo, se dio cuenta de que estaba descalzo. No le dio importancia.
  En la semana que llevaba allí, ya conocía a la perfección el pequeño campamento en el que se había tenido que alojar.
  Varias cabañas se distribuían, aparentemente al azar, por todo el campamento. Se habían hecho con un pequeño edificio abandonado, del cual acababa de salir, que habían convertido en la enfermería.
  Las cabañas más grandes se utilizaban para almacenar comida y armas.
  Siguió avanzando, haciendo caso omiso del dolor de sus pies. Tenía que hablar con una persona, y tenía que hacerlo ya.


  Después de media hora de busca casi desesperada, la encontró.
  -¡Alic!
  Una chica morena se giró, y, en cuanto lo vio, corrió hacia él y le abrazó con fuerza. Se fundieron en un largo beso.
  -¿Cómo estás, pequeña? -Preguntó Simmon. Pero, en vez de contestar, ella le dio un empujón, visiblemente enfadada.
  -¿¡Tú eres idiota!? ¡Por qué hiciste eso? ¡Joder, Sim, cada vez te superas más!
  -¿Qué pasa ahora?
  -¡Lo del espejo! ¿No tenías nada mejor que hacer que intentar desangrarte? ¿Por qué nunca piensas en los demás? A veces es muy difícil estar contigo.
  -¡Pensaba que me apoyarías más! ¡Sabes mejor que nadie lo mal que lo estoy pasando! Y, si tan mal estás conmigo, ¿por qué no hemos cortado ya? En serio, Alic, hay veces que no te entiendo.
  Dicho esto, dio media vuelta y se marchó. Estaba enfadado y dolido, en el fondo sabía que no debía tomar decisiones en ese estado, pero era ahora o nunca.
  La decisión estaba tomada.


  Llegó la noche. Durante todo el día fingió que todo iba como siempre. Pero, cuando todos se habían dormido ya, el seguía despierto, con lágrimas en los ojos.
  Se levantó, y, silenciosamente, cogió papel y un bolígrafo.

Hola. Si estáis leyendo esto... bueno, posiblemente no volváis a verme. Nunca.
He decidido que es hora de ir a ver si mi hermana sigue con vida. Soy completamente incapaz de quedarme aquí, de brazos cruzados, mientras mi subconsciente imagina millones de muertes dolorosas que podría estar sufriendo en estos momentos. Pero, antes de irme, quería deciros algunas cosas.

  A John: gracias por todo, tío. Sé que últimamente me he portado muy mal, que he dado asco. Disparaste a tu propia hermana, o a lo que quedaba de ella, por salvarme. Arriesgaste la vida, solo para que la mía pudiera continuar. Te quiero mucho, tío, espero que puedas perdonarme, y que todo lo que has hecho hasta ahora no haya sido en vano.

  A Alic: cariño, siento tanto lo de esta noche... me has ayudado más de lo que cualquier persona podría llegar a merecer nunca. Gracias a ti, sigo vivo, literalmente. Tu apoyo ha sido imprescindible para que no haya acabado con una cuerda al cuello. Eres increíble, pequeña, nunca te olvidaré. Por favor, perdóname por lo que voy a hacer, y entiende que no puedo evitarlo. No quiero que pienses que es culpa tuya, llevo pensando en esto desde el momento en el que llegué aquí, y ya a llegado el momento de actuar. Si vuelvo, te juro que seré el mejor novio que ha existido jamás, si aún sigues queriendo estar conmigo, aunque eso nunca pueda compensar todo lo que has hecho por mi. No podía marcharme sin decirte un último y sincero "te quiero".
  Te quiero, enana.

  A todos los demás: muchas gracias por darme comida y hogar esta última semana. Espero volver a veros, cuidaros mucho todos, por favor.


  Simmon.    


  Dejó la carta sobre la mesa. Se agachó, y, de debajo de la cama, sacó una mochila con provisiones y un pequeño revólver. Se puso una cazadora, y se fue.
  Dos pequeñas lágrimas aún surcaban sus mejillas. Dos lágrimas que llevaban un mensaje cada una.
  Una decía "adiós", y la otra decía "nunca me iré".


  Al cabo de dos meses llegó un centenar de zombies al refugio. Por suerte, estaban preparados. 
  Pero hubo uno al que nadie fue capaz de matar.
  Su ojo izquierdo era como un majestuoso bosque, y su ojo derecho tenía el color del imponente océano.