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domingo, 31 de marzo de 2013

Hannah


Estoy perdida en “In the end” de Black Veil Brides y distraída haciéndome una trencita en mi pelo de fuego, por lo que no oigo nada. Cuando mis ojos la ven, ya es demasiado tarde.
He muerto.

¿Queréis saber lo que pasó? Bien, os lo contaré.
Para empezar, me llamaba Christina. Tenía dieciséis años, el pelo rojo como el fuego, ojos verde esmeralda, altura media, ni gorda ni en los huesos. La gente me solía decir que era preciosa, pero yo odiaba las incontables pecas que salpicaban mi cara, aunque he de reconocer que me gustaban mis ojos y el color de mi pelo. Eran diferentes a los que se suelen ver, y eso me gustaba. No por el hecho de destacar, si no por el de ser única. Me gustaba serlo. Aunque eso implicaba ser rara, que lo era. La gente me lo solía decir, y, aunque intentaran ofenderme, yo siempre me lo tomé como un cumplido. Me gustaba. Era optimista, alegre, borde, loca, bipolar, estúpida, enamoradiza... en resumen: adolescente.
Mis tres mejores amigos son, o, mejor dicho, eran: Josh, moreno, de ojos azul intenso, alto y atractivo, activo, entrañable.
Claudia: Morena, ojos grises, también alta. Ella y Josh están saliendo. Espero que durante mi “accidente” no hayan cortado, hacen muy buena pareja. Pero cuando se ponían en plan “caramelito” eran insoportables.
Y después está Alex. Estoy loca por él. O estaba. ¿Se puede estar enamorada cuando estás muerta? Bueno, ahora eso no importa, tengo una eternidad por delante para averiguarlo. Es alto, con el pelo marrón, ojos verdes, inteligente, cariñoso, divertido, simpático, respetuoso... Clau y Josh decían que parecíamos novios. Muchas veces nos abrazábamos, nos cogíamos de la mano... Incluso me puso un mote cariñoso, “enana”. Ojalá lo hubiéramos sido. Llevaba enamorada de él como tres años, pero estaba segura de que para él solo era una amiga. Estaba.
Todo empezó a principios de curso. Estábamos hablando, y decidimos ahorrar para tomarnos las vacaciones de nuestras vidas cuando llegara el verano, los cuatro, y así lo hicimos. Todos tuvimos que renunciar a muchas cosas para ese viaje, pero valía la pena. Cuando por fin llegó el día, alquilamos un taxi que nos llevó hasta la casa. Era enorme, aislada, y parecía que estaba abandonada.
El primer día fue fabuloso. Nos bañamos en una playa cercana, paseamos, incluso vimos una película de miedo... Clau y Josh se estaban besando, y Alex y yo estábamos abrazados. Era perfecto, gastábamos bromas, nos reíamos, nos asustábamos, nos abrazábamos...
Esa noche tardé más que nadie en dormirme. Al día siguiente, como yo no me quería levantar, se fueron los tres a dar un paseo dejándome sola en la casa. Y ahí fue donde, en verdad, empezó todo.
Sobre las doce del mediodía, salí al jardín. Estaba en twitter y escuchando música con mi pequeño ordenador portátil, cuando apareció una niña. Era pequeña, rubia, de ojos azules, y tendría sobre unos seis años. Le sonreí y le dije:
-Hola princesita, ¿te has perdido?
Ella, como toda respuesta, empezó a tararear una canción.

Ding, dong, suenan las campanas en un rincón.
Ding, dang, despiertan a las almas perdidas.
«¿Quién anda ahí» «¿Quién anda ahí?»
Ten cuidado, ahora vienen a por ti.”

Me pareció una canción bastante siniestra para una niña de seis años, pero no le di importancia. Acto seguido, la niña empezó a correr en dirección contraria de donde había venido y a reír. Pensé que si estaba tan feliz y despreocupada, no se habría perdido y sus padres estaban cerca.
Después de desayunar, salí a dar un paseo, cuando me encontré a otra niña. Ésta era morena, y tenía el iris de los ojos negros como el carbón, no se le distinguían de la pupila. Volvió a cantar la misma cancioncilla que la otra niña.
-¿Eres amiga de una niña rubia, cariño?- Le pregunté. Ella, se fue como la otra, corriendo y riendo. Me encogí de hombros, estarían gastando bromas a la gente que encontraran.
Al cabo de un rato, oí otra voz infantil cantando la misma canción. Me harté, y, sin siquiera volverme, dije:
-Niña, ¿es que tus padres no te han enseñado modales?
Al no obtener respuesta, me giré, pensando que se habría ido. Pero no, allí seguía, una niña pálida, con el pelo negro como el carbón y un vestido como el ala de un cuervo. Al mirarla a los ojos, se los vi completamente negros, como dos pozos sin fondo. Se me heló la sangre, sentía como mi cara iba perdiendo el color. No era una niña, eso no podía ser una niña. Entonces lo comprendí: tenía que huir. Salí corriendo todo lo deprisa que pude. Sentía la risa de la “niña” detrás de mi. ¿Cómo era posible que corriera tan rápido?
El bosque era cada vez más espeso. Giraba sin parar, con la esperanza de que la niña me perdiera la pista. Pero no lo hizo.
Estaba convencida de que iba a morir. Entonces, me encontré frente a un precipicio. Estuve a punto de caer, mi vida pasó ante mis ojos en un segundo. Me giré. Ahí estaba la niña, riendo. No se ni cómo ni por qué, pero salté.

Caía. Sentía un hueco en el estómago, el viento empujando mi pelo ferozmente, la muerte susurrándome al oído, abrazándome. Cerré los ojos, y esperé. Intenté tomármelo como una aventura, pero un miedo aterrador me invadía. Iba a morir. Iba a morir. Iba a morir....
Un golpe. Un crack en la cabeza. Falta de aire. Todo se volvía negro. Estaba muriendo...

Oía voces lejanas. Decían mi nombre. Gritaban. Lloraban. Intenté abrir los ojos, sin éxito. Intente hablar, pero solo emití un débil gemido. Eso bastó para acallar a las voces. Una de ellas, susurró:
-¿Chris?
Era Alex. ¡Alex! Estaba vivo. No le había pasado nada. ¿Y Clau y Josh? Sí, les oía. También estaban vivos. Sonreí.
-¡Chris!- Volvió a repetir Alex, más alto. Abrí los ojos. Estaba llorando. Volví a intentar hablar, pero no lo conseguí. Josh y Clau lanzaron exclamaciones de alegría. Conseguí emitir una risa floja, casi imperceptible.
-¿Estás bien, enana?- Me preguntó Alex. Asentí débilmente. Él río de alivio. Se alegraba por mi, y eso me hacía muy feliz. Aunque eso era obvio, ¿no? Claro que se alegraba, era uno de mis mejores amigos.
Clau me trajo un vaso de agua mientras Josh y Alex me ayudaban a incorporarme.
-¿Qué ha pasado?- Me preguntó Clau con su típico tono de mamá preocupada. Como no me apetecía hablar (tampoco sabía si podía) y me dolía la cabeza, le miré exagerando una carita de cachorrito. Ella rió.
-De acuerdo, de momento nada de preguntas, pero deja de poner esa cara, que pareces un perro abandonado.
Sonreí. Ella siempre conseguía sacarme una sonrisa. Me bebí el agua y me dormí.
Cuando desperté, atardecía. Estaba mareada, pero mejor. Me levanté y fui al salón. Solo estaba Alex.
-Hola- saludé. Al verme, sonrío. Me senté a su lado, en el sofá. Estaba viendo una película. Tras un momento de silencio, me preguntó:
-Enana, ¿qué pasó?
No sabía que responder. Ni siquiera sabía lo que había pasado. Y si le contaba lo que recordaba, no me creería.
-No me acuerdo- mentí.- Solo recuerdo un fuerte golpe en la cabeza.
-Bueno, ¿estás bien?
-Sí, creo.
Y así seguimos hablando, horas y horas. Aproveché que la película era de miedo para acercarme a él. Estábamos tan cerca... Oía su corazón, sentía su respiración. Era maravilloso.
Cuando acabó la película, todo se quedó en silencio. Alex me susurró al oído:
-Estaba tan preocupado... pensaba que te iba a perder para siempre.- Me pilló completamente por sorpresa. ¿Qué le iba a contestar? El corazón me iba demasiado deprisa como para pensar con claridad. Al final, las palabras salieron sin permiso de mi boca. Unas palabras que llevaba años queriendo decirle. Eran tan sencillas, y, a la vez, tan complicadas de decir...
-Te quiero.
Nos miramos a los ojos. No sé como pasó, pero nunca lo olvidaré. Nos besamos. Fue el mejor momento de mi vida. Después de eso, no hablamos durante un rato, nos limitamos a seguir acurrucados el uno en el otro, viendo la tele. En ese momento no podía estar más feliz. Al final, me volví a quedar dormida entre sus brazos.

Estaba fuera, leyendo El Nombre del Viento cuando la vi. La misma niña rubia. La canción atacó a mi mente:

Ding, dong, suenan las campanas en un rincón.
Ding, dang, despiertan a las almas perdidas.
«¿Quién anda ahí» «¿Quién anda ahí?»
Ten cuidado, ahora vienen a por ti.”

Palidecí.
-¿Qué pasa?- Me preguntó la niña. Retrocedí. Ella se acercó más- Me llamo Hannah, ¿y tú?
De repente, la idea de haberme quedado inconsciente y haberlo soñado todo empezó a tomar forma en mi mente. Decidí contestarle.
-Eh... Christina, me llamo Christina.
-Bonito nombre- sonrió.
-Gracias.
Estaba confusa. ¿Qué debía hacer? Entonces, Hannah cantó la canción.

Ding, dong, suenan las campanas en un rincón.”

Se me heló la sangre.

Ding, dang, despiertan a las almas perdidas.”

Empecé a notar un sudor frío.

«¿Quién anda ahí» «¿Quién anda ahí?»”

Corrí todo lo que pude.

Ten cuidado, ahora vienen a por ti.”

Me tropecé. Caí. Su risa me perseguía. La vi. Estaba pálida. Tenía el pelo como el carbón. Un vestido como el ala de un cuervo. Sus ojos eran profundos pozos sin fin.
-¿Hannah?- Murmuré.- ¿Dónde has aprendido esa canción?
No respondía, solo se acercaba riendo. Se difuminaba. Cambiaba de color. Cuando me alcanzó, solo era una oscura sombra de ojos brillantes color rubí, que lloraba. Lloraba como si fuera un alma en pena, un alma perdida. Condenada a vagar eternamente entre los dos mundos, con sed de venganza. Y dispuesta a cumplirla.

Desperté empapada en sudor. Solo había sido una pesadilla. Reí. Estaba viva.
Intenté volver a dormirme, pero no lo conseguí. Cuando me rendí, cogí mi iPod y puse música aleatoria.
Estaba perdida en “In the end” de Black Veil Brides y distraída haciéndome una trencita en mi pelo de fuego, por lo que no oí nada. Cuando la vi, ya era demasiado tarde. Hannah. No había sido una pesadilla.
Estoy muerta.