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domingo, 14 de diciembre de 2014

Perderse.

  Me pierdo entre la melodía de una canción anónima; me pierdo entre las letras de una novela nunca escrita; me pierdo en el paisaje soñador de unas nubes con mil y una formas; me pierdo en ese río que corre y corre como un niño tras un gato callejero, tratando de atraparlo, de hacerlo suyo, jugando con la inocencia que tan solo posee una mente joven y que, oh, yo tanto envidio.
  Me pierdo en esta vida carente de sentido y sentimiento, buscando el calor de un abrazo ardiente, buscando el refugio de una mirada viva, de esas que ya no existen, y es en tus ojos en los que me pierdo, es tu abrazo el que busco y el que siento, y, dios mío, no te vayas.
  Me pierdo en por una calle desconocida que nunca nadie ha cruzado, me pierdo en esa calle que fue construida y olvidada y marginada e ignorada, la miro y observo y pienso que es bella, hermosa, enigmática, como ese rincón privado de una mente abierta, ese rincón que tan solo conoce su dueño, tan atrayente, tan oscura, tan peligrosa y hermosa... como una luna de fuego sobre un alma en pena, que le llama a su lado, y a él acude, sabiendo que va a quemarse, mas que una vida lejos de aquella luna sería tan, o incluso más horrible que consumirse lentamente entre sus llamas...
  Me pierdo, cegada por el fuego, resbalándome en el hielo, no entiendo nada, pero bueno, supongo que en el fondo ya me da igual. Ahora solo quiero correr y correr tras un globo río arriba, tumbarme en la hierba a descifrar mil y una formas, enamorarme de una canción anónima, ser la autora de una novela nunca escrita, descubrir cada esquina oculta de esa calle que es tu mente...
  Me pierdo, en esta locura transitoria, que se niega a marcharse, pues me ha cogido cariño y ahora quiere ser mi compañera, y ahora siempre me acompaña, y ahora no se marcha, y no quiere marcharse; y aquí se queda, con la canción, las formas, el río, la novela, el misterio, la luna y tu mirada.

domingo, 26 de octubre de 2014

Guerra.

  Aquí estoy, ante un papel, intentando plasmar sentimientos en palabras.
  Aquí estoy de nuevo, viejo amigo, viendo pasar al tiempo, viendo como corre, como huye, desesperado, ansioso por huir... ansioso por huir de la muerte.
  Aquí estoy, fiel aliado, eterno compañero. Aquí estoy, pero no estoy. Aquí me encuentro, aunque ya me he ido, al igual que el tiempo. Los dos huimos.
  Los dos huimos; como antes, ahora y después.
  Los dos huimos de nuestros profundos temores, nuestros grandes miedos, tan diferentes y opuestos, mas tan perecidos y complementarios.
  Aquí estoy, querido amigo, viendo como el tiempo huye de la muerte, mientras yo huyo de la vida.
  Pues él teme el fin, el vacío; mientras que yo temo del sentimiento, de que todo siga.
  Aunque de poco sirve huir, pues no hay escapatoria.
  No hay posible huida.
  Tan solo podremos correr, correr, correr... tan solo podremos correr hasta caer rendidos, hasta que nos falte el aliento.
  Y entonces solo nos quedará luchar.
  Tan solo podremos, llenos de obstinación, ponernos en pie y, con el corazón empuñando la espada, enfrentarnos a nuestra peor pesadilla.
  Y la batalla estallará.
  Y se hará la guerra.
  La guerra más formidable que el mundo haya visto jamás.
  Será noble, imponente, intensa. Será larga, mas fugaz.
  Habrá honor, llantos, traiciones. Sangre y muerte. Esperanza y vida.
  Y una espada se alzará, reluciente, al firmamento.
  Y una espada poderosa, orgullosa, se posará sobre un cuello, perteneciente a un cuerpo tembloroso.
  Y cuando esa espada, blandida por un espíritu victorioso, se disponga a poner fin a la guerra... caerá.
  Caerá, pues su portador entenderá, al fin, que esa absurda guerra estuvo sentenciada desde el principio.
  Y así pues, un alma antaño rebosante de gozo y júbilo, se entregará a su destino.
  Y su peor pesadilla le ahogará.


  Y aquí estoy, tratando de nadar.
  Aquí estoy, luchando por crear un salvavidas de papel y tinta.
  Aquí estoy, narrando en sangre la guerra que se vive cada día en mi interior.
  Aquí estoy. Aquí estuve. Aquí estaré.
  Y así voy a seguir.
  Plasmando mis sentimientos en fuego, para después arrojarlos al enfurecido océano.
  Aquí estoy, a flote, intentando acallar el escozor de los cortes... esperando a que llegue la vida, y termine aquella muerte, que un día de grandeza y de miseria, se dejó a medias.

lunes, 20 de octubre de 2014

Su pequeño oasis.

  ¿Y si pudiera fundirme con las letras de una historia y no volver al mundo real jamás?
  ¿Y si pudiera volar junto a la melodía de la felicidad durante toda la eternidad?
  ¿Y si pudiera reír y jugar y como un niño bailar?
  ¿Y si pudiera gritar? ¿Y si pudiera saltar?
  ¿Y si pudiera ser yo misma, sin miedo a los demás?
  ¿Y si pudiera ser libre como aquel pájaro que al pasar, yo escuché cantar? Iluminando la tarde con su pequeña magia particular...
  Entonces lo haría.
  Escaparía de esta jaula y volaría a algún lejano lugar.
  Abrazaría al viento con la ansia de un sediento al encontrar su pequeño oasis.
  Le acariciaría con el amor con el que un músico renace épocas pasadas a través de su fiel compañero.
  Y le escribiría los poemas más bellos; y le compondría las melodías más hermosas.
  Y mi vida daría por ella, mi amada, mi última esperanza.
  Y todos mis sentimientos le regalaría, todo mi tiempo y todos mis días.
  Mas por irónico que suene, oh, yo su esclava sería, con tal de poder sentirla, tocarla, olerla.
  Mas por irónico que suene, yo tu esclava sería, oh, mi grandiosa libertad.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Lloraban.

  Y lloraban los astros
  al verte amanecer,
  pues no había
  criatura más bella
  en todo el universo.

  Y lloraban las nubes
  al escucharte hacer magia,
  pues no había
  mejor músico
  en el mundo.

  Y lloraba el mundo
  al tu poesía contemplar,
  al tus ojos vislumbrar.

  Y lloraba yo
  por no poder tenerte;
  y llorabas tú
  por tener que perderte.

  Y así lloraba
  el mundo a tu vera,
  esperando una sonrisa sincera,
  que le iluminara
  y le diera calor.

  Y así se congeló
  y murió,
  al no tener tu sonrisa,
  al no tener tu luz,
  al no tener tu amor.
 
  Y así, el mundo murió,
  por no tenerte;
  por no poder soportar
  el dolor de tu muerte.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Mi héroe de capa rota.

  ¿Desde cuando los recuerdos tienen cuchillas?
  ¿O son las cuchillas las que poseen a los recuerdos?
  ¿Quién es el atacante? ¿Qué es el arma?
  ¿Y es normal vivir así? ¿Es normal vivir con miedo, con rechazo?
  ¿Y es normal sentir tanto asco? ¿Tanto odio y frustración? ¿Sentirse tan perdida, y ahogarse entre las dudas de una mente que te absorbe...?
  La verdad que es ya nada importa. ¿Qué más da? Si pase lo que pase voy a seguir igual. Si estoy tan acostumbrada a ser así que ya no sé ser de otra manera.
  Héroes... héroes... héroes... a la mierda los héroes. ¿Dónde estáis, eh? ¿Dónde coño estáis? Porque no os veo. ¿Os habéis perdido? ¿O es que a vosotros también os doy igual? Sí, será eso. Soy tan invisible que si me quedara callada el tiempo suficiente dejaría de existir. Pues mira, igual lo hago. Y que os den.
  Estoy harta de promesas. Estoy harta de luchar. Estoy harta de caer y subir y sentir que es una ilusión. Estoy harta de vosotros, y de mí. Estoy harta de la incertidumbre. Estoy harta de héroes de capa rota que nunca vienen a salvarme.
  Así que, en fin, seguiré así.
  Tal vez mejore o tal vez empeore.
  Tal vez vea todo distinto o tal vez vuelva a caer en las garras del pasado.
  No lo sé.
  Tan solo sé que no quiero pasar más frío por culpa de una capa rota.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Oh, mi amor.

  Vuelvo esta noche a serte fiel, como tantas otras pasadas, y tantas otras futuras.
  Vuelvo esta noche a ser fiel a la melancolía, a la dulce y amarga tranquilidad del dolor. Pues es un dolor un tanto especial, para que nos vamos a engañar.
  Es ese dolor que está pero no está, que su ausencia no olvidas, que su presencia no ignoras, mas no lo rechazas, si no que lo abrazas, pues es tu único compañero en la noche.
  Es ese tipo de dolor que te regala el corazón cuando sabe que algo que ama estará siempre ahí, pero que nunca podrá tenerlo de la forma en que él desea.
  Es esa especie de dolor resignado, que ya no te molestas por apagar; que tan solo disfrutas, como lo haces de una noche de soledad, o de una canción triste, o de un recuerdo feliz que te desgarra el alma.
  Que te genera cientos de preguntas fugaces.
  Y piensas. Oh, piensas tantas cosas... tantas cosas que no deberían acercarse a tu mente... y oh, cariño, dime, ¿cuándo nuestras palabras se tornaron tan frías? ¿Cuando las miradas perdieron su fuerza, su significado? ¿Y qué queda ahora? Tan solo cenizas, recuerdos confusos. Tan solo un dolor todavía latente en nuestras almas... en mi alma... pues la tuya ya no está a mi lado, ya no sé que sucede en ella. Ya no puedo disfrutar de su abrazo ni su protección, ni puedo regalarle todo mi amor, un amor que se transforma en clavos en mi interior al no encontrar salida, un amor no correspondido que me atraviesa de dentro afuera y me mata mientras nadie se percata...
  Y oh, mi amor, ¿volverás esta noche a por mí? ¿Volverás abrazarme, a besarme? ¿O estaré sola una noche más, con este dolor que no se va, con este dolor que no vuelve?
  Y oh, mi amor, ¿me estás escuchando? ¿Estás ahí? ¿Ya no te acuerdas de mí...? Te has ido, ya no estás, me has dejado sola como a un perro abandonado, esperando tu regreso, con la falsa esperanza de que todavía me quieres...
  Oh, mi amor...

domingo, 10 de agosto de 2014

Un silencio forzado

Qué vacía es la noche sin tus "te quiero" inesperados.
Qué vacía estoy sin ti, sin tu amor, sin tu cariño ni tu protección.
No te imaginas cuánto te echo de menos... lo difícil que es no decirte que te quiero, que te quiero muchísimo más de lo que te imaginas, y que nunca podré olvidarte. Que añoro tus besos, tus abrazos y tus caricias.
Añoro cada parte de ti, con tus defectos y virtudes.
Esa risa fresca que hacía florecer hasta a la flor más marchita. Esos ojos a los que el sol envidiaba por su brillo. Cada una de las pecas que adornan tu cuerpo. Tus curvas, en especial, tu sonrisa.
Deseo con toda mi alma poder volver a disfrutar de largas conversaciones contigo, durante toda la madrugada. Hablando de cosas sin importancia, mientras la puesta de sol nos despide, dando paso a una noche que velará por nuestro amor eterno.
Correr por la orilla del mar, como dos niños inocentes volando una cometa. Y caernos, y allí, llenos de agua y arena, mientras las olas acarician nuestros cuerpos, sin que nos importe nada, besarte. Besarte y abrazarte, como si nunca más fuera a volver a tenerte. Como si el mundo se acabara mañana mismo. Besarte, abrazarte, acariciarte... amarte como nunca nadie amó a otra persona, pues tú eres mi vida, pues tú eres mi muerte.
Pues tan sólo tú eres capaz de hacer palpitar mi corazón, mas eres la única persona capaz de hacerlo parar.
Pues por ti suspiro cada noche, mirando al infinito, mientras algo muy pequeño, e increíblemente poderoso, mantiene en mi interior la esperanza de que volverás, y de que volveremos a vivir juntos aquellos interminables momentos que me hacían sentir la persona más feliz y afortunada del planeta.
Pues tú, cariño mío, tan solo tú eres mi razón de existir, y, ¿qué sentido tiene la vida si tú ya no estás? ¿De qué sirve que siga aquí si ya no puedo decirte que te quiero, si ya no puedo sanar tus heridas tras la caída, ni secarte con mi calor tras la tormenta? ¿Qué más da ya todo, si al final, tú no estás?
Y no, no sabes bien la impotencia, la rabia que me provoca tener que callarme mis sentimientos. Ojalá pudiera decirte que te quiero, que amo tu forma de ser, ese humor que tienes y que me encanta, tu insaciable curiosidad por todo, tu forma de alegrarme cada momento de mi vida, de hacerme feliz como nadie más sabe. Ojalá pudiera explicarte lo mucho que te agradezco todo lo que me has dado, todas las veces que te has preocupado por mí, por mi bienestar, todas las veces que has estado junto a mí cuando más te necesitaba, y cuando no lo hacía, también...
Por todo esto, y por muchas más cosas que no puedo explicar con simples palabras, no creo que seas capaz de comprender todo lo que significas mis "te quiero". Todo lo que llevan y luchan por transmitir. Y, jamás te imaginarías, lo que me mata no volver a escuchar uno tuyo, saber que ya no ocupo ese lugar especial en tu corazón.
Supongo que tendré que conformarme con escribirte esto, aunque nunca vayas a leerlo, aunque nunca sepas que pensé en ti mientras mi corazón hablaba a través del papel.
Te quiero... 
Te quiero.

sábado, 9 de agosto de 2014

Cae

  Sus dedos sangran. Resbalan por la piedra, luchando por sostenerse, pero no pueden.
  Cae.
  El viento lucha por contrarrestar su caída, pero no es capaz.
  Cae.
  Las ramas de los árboles le arañan y golpean, luchando por sostenerle, pero no pueden.
  Cae.
  Su esperanza se esfuma, y su vida también. Todo se esfuma.
  Cae.
  Ya nada importa. Todo ha sido en vano. Su corazón se rompe. Su alma muere.
  Cae.
  Grita, mas su voz no nace. Pelea, mas su dolor no muere.
  Cae.
  Y llega al suelo. Impacta. Pero ni siquiera eso es capaz de frenar su caída.
  Y cae.
  Cae al abismo, al mismísimo fuego del Infierno, que le quema y le mata todavía más.
  Y cae.
  Y atraviesa el Infierno.
  Y cae.
  Y miles de cosas se encuentran ante él.
  Y cae.
  Y nada es capaz de frenarle.
  Y cae.
  Y nada es capaz de matarle.
  Cae.
  Por toda la eternidad, cae.
  Adiós, joven guerrero.

Mentiras.

  Ojalá fuera todo una mentira.
  Ojalá todo siguiera siendo como debería ser.
  Ojalá la gente siguiera a mi lado. Ojalá le importara a alguien. Ojalá... ojalá no hubiera cambiado tanto. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Tanto asco doy? ¿Tanto...?
  Te perdiste. Te fuiste. Me abandonaste.
  Te quedaste a mi lado durante el suficiente tiempo como para hacerme creer que de verdad me querías. Me ilusionaste, y después... como un triste loco más, clavaste en mi espalda la espada del olvido.
  Y no fuiste el primero.
  Ni el último.
  Nunca nadie será el último... nunca nadie lo será mientras palpite mi lastimado corazón.
  Tan solo la muerte podrá poner fin a esta tortura.


  Y después de tantos golpes... después de tanto daño... después de tanto tiempo, y tantas promesas a mí misma de no volver a confiar, de no volver a querer, ¿por qué sigo teniendo fe? ¿De dónde la saco? ¿Y de qué me sirve, si, en el fondo se, que nada va a cambiar?
  Tan solo puedo seguir adelante, seguir y seguir, sin destino alguno, como un alma en pena condenada a pasar toda la eternidad en un mundo al que no pertenece... carente de emoción, de sentimientos, pues me han sido arrebatados lentamente, pues me han abierto en canal y los han sacado todos, para que pueda morir en vida.
  Al menos podrías decir la verdad. Al menos podrías dejar de mentir, y explicar por qué, por qué te fuiste, me abandonaste, por qué, tras tanta falsa palabra, me has dejado aquí a mi suerte, perdida en un mar enfurecido. Al menos podrías explicarme qué has conseguido con ello, o si vas a volver, o si te has ido para siempre.


  Ay, son tan hermosas las mentiras. Como un campo de rosas.
  Mientras te mantienes fuera, las admiras, las amas, te enamoras de su forma y su belleza, de su color, de su olor, su delicadeza. Pero una vez están dentro... oh, una vez que estás dentro, te pinchan, sus espinas se clavan en ti, atravesando tu piel, haciéndote sangrar, y, entonces, tan solo tienes dos opciones: o correr, correr y correr hasta el final, mientras miles de espinas te arañan y cortan, te hacen sangrar, correr soportando el dolor, y que el destino decida si vives o mueres; o dejarte caer, y allí, en el suelo, cubierto de barro, esperar una lenta muerte que tardará demasiado en llegar, pero que nunca te dejará escapar...


  Así que huiré. Yo sola huiré, tan solo acompañada por mi alma guerrera, huiré de la mentira, huiré de la verdad, y, en un campo de rosas moriré, luchando por llegar al final.

lunes, 14 de julio de 2014

Impotencia.

  Estoy harta del mundo en general. Harta. Lo odio.
  Lo odio como no os podéis imaginar.
  Es siempre lo mismo. La misma maldita historia. Nunca cambia nada. Se repite todo una y otra y otra vez... y, si alguna vez cambia algo es, tan solo, para añadir más dolor.


  ¿En qué consiste esta vida?
  Cuando eres pequeño eres feliz tan solo porque vives en una mentira. Luego creces y te das cuenta de la verdad.
  En las noticias solo se ve guerra, hambre, violencia, racismo, homofóbia, maltrato animal, enfermedades, asesinatos, raptos, corrupción...
  ¿Qué pretenden?
  ¿Qué coño piensa ganar alguien matando a sangre fría a un niño de cinco años?
  ¿Qué le puede atraer de violar a una cría de siete?
  ¿Qué saca de maltratar a su mujer?
  ¿Qué arte tiene torturar a un animal inocente?
  ¿Qué pasa por tu cabeza, asqueroso hijo de puta, para ver antinatural a dos personas del mismo sexo amándose, pero tirarte a cualquier zorra borracha te parece bien? ¿Cómo te puede parecer que alguien, por el simple hecho de ser más moreno que tú, tiene menos derechos?


  El mundo da tanta pena... está podrido. Está más muerto que vivo.
  Ya nadie hace nada por nadie.
  Ya nadie quiere de verdad a nadie.
  Ya nadie antepone el bienestar de otra persona a su propio egoísmo.
  Joder, que ahora, si no le pegas un tiro a alguien, te apañas para que se lo tire él.
  Que si no torturas a otra persona físicamente, te aseguras de hacerlo psicológicamente hasta que ya no aguanta más y se suicida.
  Y lo peor de todo es que disfrutáis con ello.
  El mundo de ahora disfruta viendo sufrir a la gente. Jodiéndoles la vida. Haciendo de cada segundo, cada minuto, cada hora y cada día de su vida una tortura eterna, un dolor que nunca acaba. Haciendo que odien tanto todo hasta el extremo de que solo existen, sin más, con el único deseo de que acabe todo... con el único deseo de morir.


  Es que no lo entiendo. Alguien que lo daría todo por ti... alguien que te quiere más que a si mismo... ¿por qué? ¿Por qué le haces pasarlo así de mal? ¿Por qué haces que llore cada maldita noche encerrado en su cuarto? Y sobretodo... ¿por qué disfrutas haciéndolo?
  ¿A nadie le importa todo esto ya? ¿A nadie le duele que la gente muera en guerras absurdas? ¿Que los niños mueran de hambre y sida? ¿Que una pobre mujer tenga que ver como, el hombre al que ama, mata a sus hijos a golpes, sin que ella pueda hacer nada... para ser la siguiente? ¿Nadie ve mal que dos enamorados no puedan casarse? ¿Que alguien no le pueda dar una educación y una vida adecuadas a sus hijos por ser de otro país?


  La gente se ha vuelto tan jodidamente egoísta que solo ven por ellos mismos. Es el bien propio y nada más.
  Y si de verdad queda alguien a quien le importe lo más mínimo todo esto... que lo pase mal por los demás... le tacharán de loco mientras se ahoga en su propia impotencia alimentada de la certeza de saber que nunca nada va a cambiar.
  Así que, adiós. Me voy.
  Prefiero morir por mi cuenta antes de que algún hijo de puta me obligue a hacerlo.

sábado, 5 de julio de 2014

Atentamente...

  Querida vida:

  Quiero pedirte un favor.
  Si realmente me amas, déjame ir.
  Vete lejos, y no vuelvas. Nunca. No quiero volver a verte. No quiero estar más contigo.


  Te quiero, ¿está bien? Te quiero. Pero no puedo seguir soportando esto. Ya no. He luchado durante demasiado tiempo por hacerte feliz. Pero tú no haces más que hundirme y hundirme... y yo no me acuerdo de cómo nadar.
  Tan solo logro mantenerme a flote a duras penas, pero cada vez estoy más cansada. No puedo seguir. Me estoy ahogando. ¡Joder! ¡Me estoy muriendo! ¡Ayúdame! Lo he dado todo por ti. Todo. He seguido a tu lado día tras día a pesar del dolor. ¿Por qué me haces esto? ¿Qué te he hecho yo? ¿No te das cuenta de lo dura que me haces la existencia...?


  Sé que si me alejo de ti, ya no habrá vuelta atrás.
  Sé que, si me voy, todo estará oscuro.
  No volverá a haber esperanza.
  Pero tampoco volverá a haber dolor.
  Son ya tantas las cicatrices que cubren mi cuerpo... cada día estoy más débil. No puedo seguir teniendo fe en que cambies.
  Por eso te digo adiós.
  Vete lejos antes de que lo sepa.
  Vete, vete, vete, y no vuelvas jamás, por mucho que llore, que ruegue tu regreso. No quiero que vuelvas conmigo porque tan solo me harás daño.
  De todas formas, ya no me importa. Al menos no del todo.
  Es demasiado tarde para eso.
  Adiós.

miércoles, 2 de julio de 2014

Fugaz

  Lo siento, pero esta noche rechazaré el placer de tu compañía.
  Esta noche solo seremos yo, la luna y una lenta melodía de piano.
  Una humeante taza de café, tal vez. Un baño caliente. Una sonrisa sin hogar.
  De todas formas, ¿para qué pedir más? Me conformo con un largo y solitario paseo a la luz de las estrellas, mientras la suave brisa veraniega me acaricia, como un amante perdido...
  Mi mente, adormilada, vaga por rincones insospechados.
  ¿Sabes? Hay tantas cosas fugaces en este mundo...
  Allá, a lo lejos, hay fuegos artificiales, que brillan, sobre el mar, sobre la arena. Iluminan la noche con su resplandor, pero se desvanecen para siempre... en cuestión de segundos.
  Mira, allí arriba. Hay una estrella fugaz. ¿Pido un deseo? No, es ya demasiado tarde. Tan embobada me quedé observando su luz, que ahora que no está, tan solo puedo arrepentirme de no haberla disfrutado lo suficiente.
  El sonido de las olas es mi única compañía. Ellas también son fugaces. ¿Por qué, oh, queridas, venís a mí con ese ímpetu, para después, a escasos centímetros de mí, romperos y desaparecer por siempre? ¿Por qué, oh, queridas, me dejáis con el voraz deseo de abrazaros y disfrutar de vuestro contacto con el de mi piel?
  Pasa un diente de león volando por mi lado. Intento atraparlo, pero... ya no está. Se ha ido, y mi mano está vacía, extendida, triste y desolada...
  Suspiro. Suspiro brevemente, y, cuando me quiero dar cuenta, ya no hay aire en mi interior. En vez de respirar, siento que me ahogo durante unos segundos... hasta que un aire, nuevo y distinto, que volverá a irse en unos pocos segundos, inunda mis pulmones. Y así es. Desaparece, para ser sustituido por uno nuevo. Una y otra y otra vez... y nunca se queda conmigo.
  Sigo caminando. Sobre mí, una anaranjada luz parpadea y se apaga, dándole a la calle un toque oscuro y espectral.


  Hay tantas cosas fugaces... pero, de todas ellas, tú eres la mejor. La peor. La que más cautiva y la que más duele.
  Recuerdo la primera vez que te vi. Recuerdo enamorarme de tus ojos; de tu sonrisa. De tus largas pestañas; tus finas facciones... de tus curvas, tan perfectas, y de tu voz, tan cálida.
  Recuerdo mirarte y sonreír. Tan solo sonreír, totalmente cautivada y hechizada.
  Recuerdo la primera noche que pasamos juntas. Y la segunda, la tercera... recuerdo cada momento vivido a tu lado, dándome vida; matándome lentamente.
  Rozarte la mano hasta agarrarla firmemente.
  Acariciar tu cuello con delicadeza.
  Besar los lunares de tu pecho y tu espalda.
  Recuerdo hacerte reír, y sentir que me elevaba al cielo, con tu mirada protegiéndome...
  Me dejó tan destrozada que te fueras, fugaz como la luz, y no volvieras jamás.
  Podría llamarte.
  Podría buscarte.
  Podríamos, tal vez, pasear bajo la luz de las estrellas, como dos enamorados distantes del mundo...
  Podríamos.
  Pero esta noche rechazaré el placer de tu compañía.
  Esta noche me iré a pensar en tus besos, mientras tu mente vaga por otros labios.
  Tan solo espero que me eches de menos.
  Aunque sea fugazmente.

martes, 1 de julio de 2014

Escribir

  Quiero escribir pero no sé sobre qué.
  Ya he escrito mucho, pero nunca demasiado.
  Y me apetece escribir porque quiero liberarme.
  Pero, dime, ¿sobre qué puedo escribir?


  ¿Escribo sobre ti? Tienes tanto de lo que hablar... Tus hermosos ojos; tu delicada sonrisa. Tus finos rasgos, distantes del mundo; tu distraída mirada, que tan solo tú sabes por donde vaga, en qué pensamientos nada. Tu esbelto cuerpo, tan cautivador. Tu pelo, tus manos, tus pestañas, pómulos, lunares, dedos... todo tú es arte. Un hermoso cuadro que nadie se cansa de contemplar.
  Tal vez podría hablar de otra forma de ti. Podría nombrar tus pensamientos, tu forma de ser. Cómo te ríes y como lloras. Como penetran tus profundas miradas en un alma inocente. Podría hacer tributo a tu inteligencia, astucia. Podría, por otra parte, explicar tu delicado humor.
  Podría hablar de lo fácil que es quererte, o, mirando desde otro punto de vista, lo sencillo que es odiarte.
  Podría hablar tanto de ti. Pero no, hoy no. Esta noche no.


  Podría hablar también de mi. Exponer mis miedos, mis preocupaciones. Liberar la rabia y el dolor mediante palabras. Explotar en una marea de sentimientos y plasmarlos. Decir mis gustos, o aficiones, o forma de ser, o cualquier cosa. Podría explicaros mis sueños y metas en la vida. Las dificultades que tengo para alcanzarlas.
  Podría hablar tanto de mi. Pero no, hoy no. Esta noche no.


  Podría, tal vez, describir un hermoso bosque. Oscuro, misterioso, peligroso. Como un callejón en una gran ciudad. Su hierba, como se mueve ligeramente al son de las hojas de los árboles, bailando un vals con el viento. Los imponentes troncos, las delicadas flores. El fresco riachuelo que corre allá por lo bajo, siendo hogar de plantas, animales y anfibios; resguardando y transportando rocas y tierra.
  Podría hablar tanto del bosque. Pero no, hoy no. Esta noche no.


  Podría hablar de la luna. Tan hermosa, blanca, pálida, fría. Contar mitos e historias sobre ella. Contemplarla pasar toda la noche, embobada, enamorada de su tenue luz, que protege los secretos de la noche, que guía a las pequeñas criaturas. Cantarle canciones, recitarle poemas.
  Tan imponente y respetuosa me observa desde el firmamento, invitándome a explorar el horizonte...
  Podría hablar tanto de la luna. Pero no, hoy no. Esta noche no.


  Podría escribir historias; de héroes, de diosas. Inventármelas e intentar que sean hermosas, entretenidas. Que gusten a la gente. Que reflejen mis pensamientos, sentimientos, emociones. Escribir por placer, o simplemente por aburrimiento. Historias alegres, tristes, misteriosas, típicas, originales. Narrar amores imposibles, grandes luchas, vidas de héroes y asesinos, nobles y pobres. Jugar por un rato a ser dios y crear mi pequeño mundo ideal, en el que todo es y ocurre a mi antojo.
  Podría narrar tantas historias. Pero no, hoy no. Esta noche no.

  ¿Sobre qué escribo, pues? Si esta noche no voy a dedicarte mis dulces o duras palabras, ni voy a expresar lo que siento. Si no voy a describir profundos bosques, ni a intentar enamorar a la luna, ni a narrar historias improvisadas.
  Esta noche... esta noche simplemente voy a escribir. No importa que no tenga sentido o que me quede mal. No importa si desvarío, me voy del tema o me enrollo demasiado con algo. No me importa. Hoy no.
  Porque, querida escritura, hoy yo soy tuya, y tu eres mía.
  Adelante.
  La noche te pertenece.

sábado, 28 de junio de 2014

La pequeña luz del abismo

  ¿Nunca habéis tenido esa sensación que es como si no tuvierais ninguna?
  Como si estuvierais vacíos, u os faltara algo vital para vivir y no supierais qué es.
  Como si necesitarais reír o llorar y no pudierais.
  Faltos de emoción. De energía. De todo.
  Entonces no te apetece nada. No quieres ni dormir ni estar despierto. Ni escuchar música ni estar en silencio. Ni leer ni ver una película o una serie. Queréis estar solos pero a la vez necesitáis compañía.
  Es extraño.
  Como un cansancio espiritual.
  Como caer en un eterno abismo oscuro... sin nada a lo que agarrarse.


  Lo pierdes todo. Pierdes la sonrisa, las lágrimas. La esperanza. Las ganas de todo. La energía. La alegría, la ira...
  Lo único que se conserva a tu lado, es, tal vez, -obviando una absurda y superficial existencia que llegas a odiar- el dolor. Un dolor sordo que se queda ahí, constante, como una pequeña herida incurable. Si te distraes lo suficiente, llegas a olvidarlo. Pero se queda. Siempre se queda, esperando la oportunidad de volver a atacar,cuando menos lo esperes, y debilitarte un poco más.
  Pero solo un poco.
  Para que la espera sea larga, interminable... eterna.
  Y nunca caes pero no dejas de caer.
  Y nunca lloras pero no dejas de llorar.
  Y nunca gritas pero no dejas de gritar.
  Es tan confuso...


  ¿Me ayudarás a salir del abismo?

miércoles, 28 de mayo de 2014

Adiós.

  No puedes más. Quieres morir. Echas tanto de menos a alguien... a algo... a ti mismo. El dolor te oprime el pecho sin dejarte respirar.
  Cierras los ojos, intentando huir. La música retumba en tus oídos pero eso nada puede hacer por cambiar la situación. Te agobias y sientes un maldito nudo en la garganta que te asfixia. Aprietas fuerte los puños aunque te haces daño. Y aunque lo evitas, por el mísero orgullo que te queda, acabas llorando. Y todo parece derrumbarse a tu alrededor.
  Tan solo deseas morir. Dejar de sentir. Simplemente desaparecer. Dejar de lado todo esto y empezar de cero. Irte muy muy lejos de aquí y olvidarlo todo, a todos. Volver a nacer. Tener una vida nueva.
  Luchas por escapar pero no puedes. Corres y corres en la oscuridad, esperanzado de encontrar la salida del túnel, pero este nunca acaba, te hace tropezar, te hace caer. Y sangras, sangras cada vez más. Aunque te levantas de nuevo y sigues corriendo, porque oyes a las bestias detrás de ti. Sus angustiosos gritos te erizan la piel y te quitan el sueño, el hambre, la alegría, las fuerzas. Te lo quitan todo. Les temes. Les temes más que a nada en este maldito mundo.
  Corres cada vez más. El aire te falta y te duelen los músculos. Sientes tu pecho ardiendo y tu cuerpo dolorido y ensangrentado. Intentas volver tu sangre fría para volverte insensible y poder huir. Pero no puedes.
  Tropiezas y caes y vuelves a sangrar. Te quedas sin fuerzas. No hay luz. No hay vendas. No hay nada. 
  Así que allí te quedas, muriendo con lentitud, con las bestias a tu espalda. Se abalanzan sobre ti y no puedes luchar. Entonces te cogen y te torturan a placer. No encuentras piedad. Estás acabado.
  Deberías haber corrido más.
  Has sido débil.
  Idiota.
  No sirves para nada.
  Te merecías todo esto.
  No importa que no entiendas el por qué, lo merecías.
  Y ya no sabes qué te tortura más, si las bestias o las voces en tu cabeza.
  Estás muerto.
  Adiós.

Dulces sueños

  Te quiero.
  Te quiero de demasiadas formas.
  Te quiero y no sé cómo decírtelo.
  No sé cómo reaccionarías, cómo me tratarías, como te trataría. Tampoco sé si me corresponderías, o me dejarías, o si se quedaría todo como está. No sé nada. O casi. Tampoco sé si tu corazón late bailando un vals con otro... o si está roto... o si es libre.
  Sonará típico, pero tan solo sé que te quiero. Que quiero besarte, dormir entre tus brazos, sentir tu abrazo y tu protección. Darte cariño, amor, que es lo único que consigo sentir al hablar contigo.
  Ser correspondida, ser feliz junto a ti...
  ¿Tanto pido? Es sencillo, mas extremadamente complicado. Estar a tu lado. Simplemente abrazados, bajo una manta, viendo una película.
  O ir a la playa.
  O a dar un paseo.
  O a ver la puesta de sol.
  O simplemente estar contigo.


  No sé cómo decírtelo, y eso me está matando. Es tal tortura...
  Me gustas. Dos simples palabras. Nada más. Tan fáciles de pronunciar, escribir...
  Tal vez algún día me atreva a decírtelo.
  Tal vez siempre será mi pequeño secreto.
  Supongo que eso tan solo lo sabe la solitaria luna, tan atenta a nuestros sentimientos, velando por ellos cada noche, como nuestra dulce y fiel protectora de Cupido...
  Te quiero, y no sé como decírtelo.
  Mientras tanto, me conformaré con decirte "dulces sueños, te echaré de menos".

domingo, 25 de mayo de 2014

Precipicios.

  El mundo se extiende a mis pies. El sol ya se esconde bajo el anaranjado firmamento; las primeras estrellas brillan, como una espectral ilusión de luz y calor, pero sin llegar nunca a regalarte su dulce abrazo.
  El viento sopla, suave, removiendo hojas, levantando tierra, acariciando al mar, a los árboles, a las rocas.
  La melodía de un piano suena perdida por la lejanía de mi mente.
  Un león ruge, salvaje, imponente, por algún lugar de mis pensamientos, mientras un manso gato lame su pata, a la vez que se recuesta un sillón.
  Un suspiro, como venido de la nada, me recorre, y sale al exterior. 
  Cierro los ojos; me pongo el pie.
  Avanzo un pequeño paso; mis pies quedan al borde del precipicio. 
  Avanzo otro pequeño paso.
  Siento el viento en mi cara, veloz, doloroso. Me cuesta respirar.
  Un grito aflora de mi interior, penetrante, rompiendo el silencio y la tranquilidad. 
  Y el piano deja de sonar, el león calla, el gato observa.
  Y caigo y caigo sin respiración, sin miedo, sin silencio, sin paz.
  El mundo retumba. El sol no está. Las estrellas ya no prometen luz ni calor, ahora tan solo ríen, frías, frívolas, lejanas.
  El viento no lucha por detener mi caída. El mundo se acerca cada vez más y más, y clava su mirada en mí, evaluándome, decidiendo que mi vida llega a su fin, que no vale la pena seguir.
  Y me voy, junto al anaranjado atardecer, junto a las doradas hojas que vuelan a mi alrededor, en esta trepidante carrera, que nadie quiere ganar.
  Llego al suelo.
  Un golpe seco.
  Turbación.
  Oscuridad.
  Las estrellas ríen.
  Las hojas otoñales se posan junto a mí.
  El cielo no está anaranjado, si no negro, como el túnel, que se extiende ante mí.

jueves, 22 de mayo de 2014

Sin luz.

  Tal vez no llore, pero mi corazón sangra.
  Tal vez no hable, pero mi alma grita.
  Tal vez sonría, pero mis manos tiemblan.
  Tal vez haya luz, pero mi interior está a oscuras.
  Tal vez todo esté en orden, pero yo estoy en ruinas.
  Tal vez, tal vez.
  Yo no muestro, pero siento.
  Lloro y tiemblo y sangro y me pierdo y sufro y muero.
  ¿Te parezco feliz? ¿Realmente lo parezco? ¿Has reparado en mis ojos, acaso?
  Oh, sí que lo has hecho. Sabes que son marrones. Sabes que son claros. ¿Sabes? Ellos saben que eres idiota.
  Tú miras. Pero no ves. Oyes, pero no escuchas.
  Crees que piensas, pero tan solo te dejas manipular.
  Crees que sabes, pero tan solo te ahogas en una bonita mentira.
  Atrévete a arañarte con la verdad.
  Ahora todo está más claro, ¿verdad?
  No, no lo está. Todo está oscuro. Todo es confuso. Estoy perdida. Necesito ayuda. Porque sigo llorando y temblando y sangrando y perdiéndome y sufriendo y muriéndome.
  Tropiezo con las ruinas. Me caigo. No veo. Tan solo siento. Siento viento, tempestad. Granizo. Agua. Demasiada agua. Me arrastra, me ahoga. Y cada vez más y más lejos de la luz...
  No sé dónde estoy. Este lugar es extraño y dolorosamente familiar.
  No me gusta, hace frío. ¿Me das un abrazo? Estoy tiritando... ¿No puedes? Está bien.
  Sigo andando, a ciegas. Me sigo cayendo y haciendo daño. Estoy magullada, me duele todo el cuerpo. ¿Me das una tirita, unas vendas? ¿Tampoco...? Bueno.
  Sigamos.
  Aquí hay arenas movedizas. Allí, fuego. Allá, mar enfurecido. Por detrás... tan solo un enorme vacío.
  ¿Cómo he llegado hasta aquí? Tengo miedo. Estoy confusa. Por favor, necesito ayuda. Por favor.
  ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Por favor, por favor. Todo se está juntando. Me quemo, me hundo, me caigo, me ahogo. Joder, ¿nadie puede ayudarme? ¿Ni siquiera tú?
  Oh, tú, mi fiel compañero, mi amante verdadero... tanto he hecho yo por ti, y ahora tú me abandonas a mi merced, ante esta muerte segura, en esta perdición eterna; una eternidad tan solo comparable con la soledad cuando falta tu abrazo, cuando ya no me acurruco en ti, creyendo encontrar apoyo y amor...
  ¿Por qué me hiciste esto? Lo dí todo por ti. Todo. Y ahora estoy sola, sin nada, sin fuerzas ni ganas ni coraje para seguir.
  ¿Y qué voy hacer?
  ¿Salgo al fuego y me quemo?
  ¿Salto al vacío y caigo?
  ¿Salto a la arena y me hundo?
  ¿Salto al mar y me ahogo?
  ¿O me quedo aquí, esperando dolorosamente, a que todo me mate en conjunto, con el terrible dolor de la certeza?
  Y mi luz... mi única luz... ahora está muerta, apagada.
  Mi única luz, mi única salvación, mi única esperanza.
  Me ha abandonado.
  Me ha traicionado.
  Me ha cambiado.
  Después de dárselo todo, se ha ido y me ha dejado sin nada.
  Me ha matado.
  Me has matado.
  Te odio.

lunes, 19 de mayo de 2014

Como un canto de sirena

  Como cantos de sirena, dulces, enigmáticos, misteriosos, me atraes hacia ti, haciéndome feliz, poseyéndome, desnudándome, atrapándome.
  Como cantos de sirena, tan hermosos, especialmente a mí dedicados, me enamoras, cariño, me meces y me abrazas entre tus cálidos brazos.
  Y creo ser feliz; no, soy realmente feliz. Sonrío distraída por el hecho de recordar tu voz, tus labios, tus ojos, tus delicadas facciones. Eres tan hermosa...
  Como un pobre niño perdido en medio del mar, oh, cariño, yo te necesito tanto como aquel pobre niño necesita un salvavidas. Como un drogadicto necesita la heroína. Como un suicida su cuchilla.
  Y eso eres tú, mi heroína, mi dulce salvadora, que me aleja de las terribles y afiladas cuchillas, de las serpientes que cantan, invitándome a saltar al vacío.
  Me alejas y me salvas del miedo, del dolor, la soledad. Apartas la inseguridad y me haces sonreír, me quieres, me amas, me capturas y eres mía.
  Y eso mismo pasa conmigo. Te quiero, te amo, te necesito, soy tuya. Dependo de ti y de tu canto.
  Oh, hermosa, como un dulce canto de sirena.
  Pero no eres más que un canto de sirena.


  Me salvas del mar para lanzarme al furioso océano.
  Me alejas de las cuchillas para tirarme por el interminable barranco.
  Me atrapas, me enamoras y seduces, me haces depender de ti, para conseguir lo que quieres. Después me abandonas, y me quedo aquí sola, derrumbada, aún peor que antes.
  Oh, cariño, ¿por qué me haces esto? ¿Acaso hizo algo yo mal? ¿No podría recuperarte? Necesito volver a oír tu voz...
  ¿Dónde están?
  ¿Dónde están esas nanas a las que sentía dormirme abrazada?
  ¿Dónde están esas melódicas promesas de un mundo mejor? ¿De amor eterno?
  ¿Dónde quedaron aquellas tardes perdidas bajo el sol de un tímido bosque, llenando mi vida de ti y de tu música?
  ¿A dónde fuiste? ¿Por qué ya no estas? Me has abandonado... ¿qué hice yo mal?
  Ahora estoy perdida en un pozo oscuro, dolorida por la caída, la cual, tú tan solo ampliaste.
  Estoy ahogándome en un maldito déjà vu. Joder, ¿cuántas veces más? ¿Volveré a confiar en ti? Ya he caído tantas veces...
  Eres tan hermosa. Como un canto de sirena.
  Vuelves a mí, disfrazada de nuevo, cuando más te necesito. Me devuelves a la vida, me alejas de las pesadillas. Pero después te vas, después de conseguir todo de mí, desapareces, sin más, y aquí me quedo, muriendo, preguntándome cómo he podido ser tan tonta...


  Y es por eso que te amo y te odio; que te busco y te temo. Y tú vas a tu aire, jugando con vidas inocentes.
  Como una fruta venenosa para un muerto de hambre.
  Como una mantis religiosa para el abandonado de todo amor.
  Como la lejana y bella luna para el soñador que desea atraparla.
  Como un espejismo en el desierto.
  Como la dulce mentira que atrapa y mata a un magullado corazón.
  Como un canto, un hermoso y peligroso canto de sirena.

domingo, 18 de mayo de 2014

Blanco y negro

  Estaba sentada en un puff negro, con una pierna desnuda sobre la otra. Contemplaba, a través del gran cristal, la ciudad. Fuera llovía, y la gente corría de un lugar a otro, procurando no mojarse. En sus rojos labios bailaba un cigarrillo, creando un ligero humo. En el reproductor de música sonaba un lento vals.
  Cerró los ojos y suspiró. Dejó la colilla a un lado. Bajo el suave murmullo de la música, escuchaba el agua caer.
  Le gustaban aquellos momentos. Los solía llamar "sus momentos blanco y negro", porque todo se le antojaba como en una película antigua.
  Abrió los ojos y volvió a admirar la ciudad. Las luces de las farolas ya comenzaban a iluminar las calles, prácticamente vacías, con su tenue luz anaranjada. Pensó, vagamente, como sería estar allí, bajo la torrencial lluvia, sintiéndola en el cuerpo. El agua recorriéndole la piel, el frío estremeciéndole, salpicar débilmente en los charcos al caminar. Estar sola, completamente sola en la ciudad. Entonar canciones que el viento se llevaría, tal y como hizo con las promesas. Caminar, sola, a ninguna parte, y a todos los sitios.
  Tal vez sonreiría, tal vez lloraría. Tal vez se sentiría libre, o sola. Perdida o en paz. Quién sabe.
  Volvió a suspirar. Nunca lo sabría, pues no conseguiría estar sola en esa asquerosa ciudad jamás.
  Encendió otro cigarrillo y cerró los ojos.
  Ahora solo le quedaba esperar a su querida amiga la muerte.

domingo, 11 de mayo de 2014

Traición.

  Era una madrugada de noviembre, lluviosa y fría, muy fría.
  Las calles estaban frías. Las fachadas, los objetos, las plantas, la lluvia. El ambiente en general. Todo era demasiado frío.
  Pero había algo más frío que todo aquello. Algo muchísimo más frío.
  ¿Nunca habéis tenido frío cuando estabais tristes, y habéis sentido que más que vuestro cuerpo, era vuestra alma la que sufría? Sufría por estar tan fría, sufría la frialdad de la soledad, del dolor, de la traición.
  Una traición que era tan, no, más dolorosa que quedarse entumecido de puro frío.
  Y así se sentía ella.
  Demasiado fría.
  Y no entendía por qué, estando tan fría su alma, su corazón seguía ardiendo.
  Casi podía escucharlo gritar. Ver como lloraba. Sentir sus arañados, sus desesperados arañados a su sangrante pecho, en un desesperado intento de huir todo aquello.
  ¿Cómo... cómo había podido ser tan tonta? ¿Por qué se había dejado engañar otra vez? Otra puta vez. ¿Es que nunca iba a aprender? ¿Tan tonta era, a pesar de todo? Y casi agradecía a su roto corazón que le arañara ya durante tanto tiempo.
  Y casi lo odiaba por haber dejado de hacerlo durante unos días, tan solo por unas simples palabras carentes de sentimiento y verdad. Y ya, ya llevaba tanto tiempo así, que le parecía poco.
  Era una desangración demasiado lenta, que le dolía continuamente, que le amargaba. A veces se intensificaba y quería acabar con todo, pero siempre cicatrizaba lo suficiente como para no aprender.
  Tenía que espabilar de una maldita vez.
  Vamos, idiota, ¡vamos! ¡No te dejes engañar más, joder! ¿Es que no ves que están jugando contigo? ¿No ves que te quedas ahí parada, preocupándote por la gente por si, por muy pequeña que sea la posibilidad, algún día llega a ser verdad? (Aunque en el fondo sabes que no). ¡Venga, joder! ¡Levántate! ¡Deja de compadecerte! ¿Te quieres volver insensible de una maldita vez, corazón? ¡¿Para qué diablos me sirves, eh?! ¡Es que no te das cuenta de que están jugando contigo! ¿Por qué no plantas cara? ¿No te has cansado ya de arañar? ¿De desangrarte? ¿De sufrir? ¿De arder, de congelarte? ¡Planta cara! ¡Di toda la verdad! ¿Y qué, si hieres a la gente? ¿No te están haciendo ya demasiado daño a ti? ¿Por qué no sacas a la luz la verdad? Es que, ¿no estás deseando aclararlo ya todo?
  Ah, necio, necio corazón inocente y magullado. ¿Crees que podrás tú solo con esto? ¿Puedes soportar seguir ardiendo, seguir sangrando, al resguardo de un alma desolada que te hiela? ¿Acaso crees que puedes? Oh, pobre. Ven. ¿Por qué no te resguardas del frío, de la lluvia? Escapa de noviembre, escapa de abril, escapa del dolor, de la vida, del mundo. Escapa. Corre, corre lejos. Sube la montaña. ¿No son hermosas las vistas desde aquí? Mira, acércate al borde. ¿No es alto? ¿Y qué pasaría si saltaras? ¿Tienes miedo de probar? Está bien, yo te responderé: aproximadamente lo mismo que si no lo haces. Morirás. La diferencia es que, si saltas, todo será más rápido. Sí, perderás buenos momentos, pero también te librarás de los malos. Será una muerte rápida e indolora. Pero claro, hay un problema. Y es que eres un cobarde.
  ¿Quieres ser un cobarde?
  ¿Quieres saltar?
  ¿O prefieres arriesgarte a algo peor -o tal vez mejor- quedándote?
  ¿Y por qué no saltas, metafóricamente?
  ¿Y si coges todo el valor que tendrías que poner en saltar, para arriesgarte a acabar con todo, sin terminar de irte?
  ¿Y si ya no te callas?
  ¿Por qué no dices la verdad?
  Tal vez, -y solo digo tal vez- todo salga bien.
  O tal vez, -y solo digo tal vez- todo salga mal.
  Qué me dices, confundida alma, solitario corazón. ¿Saltarás?
  ¡Ay, qué mala es la traición! Qué feliz te hace al principio, ¿verdad? Pero, ¡ay, pobre de ti, en cuanto la descubras! Tras hacerte subir la montaña, empujándote con la espada, tras hacerte sufrir el esfuerzo de seguir y seguir, te pone al borde del abismo.
  Y miras abajo.
  Y no puedes saltar.
  Y no puedes no hacerlo.
  ¿Y por qué no puedes saltar? Porque tú, estúpida alma en pena, sientes amor por el traidor. Y, si saltaras, tal vez -y solo tal vez- le lastimarías.
  Obviamente, no sería por tu caída. Pero los cadáveres revelan. Y tú revelarías la traición. Y eso le podría acarrear problemas al traidor.
  ¿Y por qué no puedes no hacerlo? Porque se te clavaría la espada de la traición, lentamente en la espalda. Sentirías la herida, cada vez más profunda. Sentirías el plateado filo llegar hasta tu corazón, arañarlo, dejarlo moribundo, para después acabar con él. Tendrías que seguir con la traición, seguirle el juego, mientras, lentamente, te mata.
  Y es entonces cuando te planteas saltar. Cuando da un traspié y se clava más de lo previsto, sin llegar a matarte.
  Cuando el dolor se intensifica tanto que no puedes soportarlo más.
  ¿Y qué me dices, fría alma, ardiente corazón? ¿Saltas conmigo?




  ¿Os cuento un secreto? ¿Sabéis por qué, al principio, la historia estaba escrita en pasado?
  Porque esa extraña y oscura combinación de hielo y fuego que escribía, saltó.
  ¿Y sabéis por qué el resto no?
  Porque esos eran sus pensamientos, aún latentes, que ella escribió, en un desesperado intento de encontrar una tercera opción.


Atte: una libreta que tal vez reveló demasiado.

sábado, 3 de mayo de 2014

Tinta y un poco de papel.

  Querido Dios:

  No voy a pedirte grandes cosas. No voy a pedirte una enorme mansión o un chalet en la playa. No ansío una gran fortuna, ni gustar a todo el mundo. No quiero que me regales grandes metas en el futuro; tener los estudios más brillantes o el mejor sueldo.
  No pido fama ni fortuna. Ser conocida o tener grandes bienes materiales no me llama.
  No, no es eso lo que yo deseo. Ni siquiera deseo tener una enorme familia, ni ropa lujosa, ni joyas, ni un coche caro.
  Tampoco voy a exigirte ser la chica más bonita, la más alta o la más delgada. No quiero tener el pelo más bonito, las mejores curvas, los mejores ojos, los mejores labios, la mejor sonrisa.
  No espero que la gente se me quede mirando al pasar, que alaben mi perfume o que me sonrían desconocidos.
  Todo eso es insignificante para mí.


  No, querido Dios.

  Lo único que yo deseo es el poder disfrutar de las cosas sencillas de la vida.


  Perderme junto a una bonita canción. Fundirme con su letra y melodía. Con la voz rasgada o dulce o cariñosa o desesperada del cantante, con cada uno de los instrumentos que la forman.


  Leer un buen libro a la sombra de un gran árbol. Bucear en él, perderme en su historia. Conocer a sus personajes y sentir todo lo que ellos sienten. Disfrutar cada capítulo, cada párrafo, cada letra, cada espacio, cada guión y cada punto. Disfrutar de la hermosa narración y del mensaje del autor.


  Quiero apreciar el suave baile de la hierba, bajo una fresca brisa primaveral. Quiero dormirme junto al dulce canto de los pájaros y las cigarras; dejarme abrazar por los cálidos destellos dorados del sol. Volar entre las ramas de los árboles, acariciar sus hojas, verdes y frescas. Respirar el aire puro del bosque, sentir su humedad; elevarme a despedir al sol cada atardecer.
  Quiero cantar con la luna, tan brillante y plateada. Majestuosa se alza en el firmamento, velando por nosotros.


  Quiero disfrutar de la risa de un niño en el parque, de jugar con un perro o un gato.
  De un paseo por la ciudad en bicicleta, explorando cada calle, cada parque, cada rincón.
  Relajarme conversando de cosas sin importancia con alguien que me importa.
  De un baile libre, cuya única espectadora sea la tranquilidad.
  De escribir una historia improvisada, hermosa y carente de lógica.


  Apreciar la soledad, su tranquilidad, su paz.
  Disfrutar la compañía, el calor de otras personas, los buenos momentos compartidos.
  Quiero amar la compañía de la soledad; y la soledad de la compañía.



  Realizar un largo viaje. Enamorarme del paisaje que tan solo veo durante unos segundos, por la ventanilla de un coche, un tren o un avión.
  Aprender la cultura y las tradiciones de aquel lugar. Conocer gente y estar todo el día andando, de aquí para allá, de forma incansable, para ver más y más de ese hermoso destino.
  Quiero fusionarme con el viaje, tanto la ida como la estancia como la vuelta. Prenderme del lugar, ilusionarme cual niña pequeña al llegar allí, y entristecerme de la misma manera al marcharme.
  Abandonar una parte de mí allí, que se quede para siempre recorriendo hermosas y ya no tan desconocidas calles, y que me llene de nostalgia y me incite a volver cada vez que recuerde mi estancia allí.


  ¿Tan difícil es concederme, Señor, noche estrellada, grandioso sol, estas sencillas peticiones?
  Sonreír más a menudo, tal vez un amor correspondido.
  Tararear esa canción que no sale de mi cabeza sin miedo a que me miren, o vestirme a mi antojo sin importar lo que se lleve o no.


  Dios, querido Dios.
  Lo único que te pido es ser feliz. Sonrisas sinceras y dejar de tener miedo.
  Iluminar mi rostro cada mañana y dormir profundamente cada noche.
  Ser yo, y disfrutar siéndolo.


  Tan solo, yo tan solo deseo las cosas sencillas de la vida.


Con amor,         
un alma perdida.

lunes, 21 de abril de 2014

Canciones de un bosque.

  Había una vez un solitario hombre, sentado en una solitaria roca, perdida en un solitario bosque, en medio de ninguna parte.
  Éste, era el hombre sin rostro, común mente llamado. Nadie nunca lo veía, nadie nunca le escuchaba, y mucho menos hablaban de él. Pero todos sabían de su existencia, y nadie conocía el por qué.
  Éste hombre no tenía nombre, cantaban los pájaros cada anochecer. 
  ¿Pero que sabrían ellos?
  Pero todo el mundo les hacía caso.
  Y es que los pájaros son los mejores contando historias, por excelencia. Ellos les cantan al viento, y él, el viento, fiel mensajero, se los lleva a los oídos inocentes, para que cada uno cuente su versión, y así se cree una historia.
  Pero éste hombre, aquel señor solitario sentado en una roca solitaria en un bosque solitario, en mitad de la nada, no escuchaba a los pájaros.
  Simplemente oía.
  Y es que no quería saber.
  Y es que no le interesaba saber.
  Solo quería disfrutar.
  Y así era. Disfrutaba de historias pasajeras, pero nunca las recordaba. No quería que le distrajeran mientras escuchaba otras, o que no le dejaran dormir.
  Disfrutaba de los cantos de las numerosas aves que allí habitaban, de la caricia del viento al susurrárselas al oído.
  Y por eso los pájaros le conocían tan bien.
  Y por eso el viento transportaba tantas historias diferentes.
  Y por eso un día, especialmente surrealista, apareció de un fresco arroyo una hermosa sirena, atraída por las interesantes historias de aquel hombre solitario.
  Pero resultó que allí no estaba aquel hombre solitario.
  Y la sirena se asustó, y se marchó.
  Pero la curiosidad pudo con ella, por eso volvió.
  Y aquel hombre solitario seguía sin aparecer. 
  Y así pasaban los días, sin que se dejara ver. Pero los pájaros seguían cantando acerca de él, y el viento cada día decía algo nuevo.
  La joven sirena, tonta y preocupada, preguntó un día a un árbol de por allí.
  Éste le contestó que nunca había visto a aquel extraño hombre, pero que sentía su fría presencia cada noche, acechando. 
  Pero un triste y viejo sabio que caminaba por allí le contradijo, y le habló de lo bondadoso que era aquel extraño señor que nadie conocía.
  Le contó una historia completamente nueva a todas las demás. Le contó su historia, cómo había conocido a aquel solitario hombre.
  Y fue una historia tan extraña, carente de sentido, pero real y terrorífica, que ningún ser vivo volvió a hablar del hombre sin rostro, de aquella esencia sin nombre, en cuanto los pájaros hubieron cantado y el viento hubo susurrado.
  Y por primera vez aquel hombre no escuchó historias sobre él.
  Entonces empezó a escuchar.
  Y así fue como descubrió que una vez alguien se preocupó por él, y por primera vez, salió del bosque.
  En su honor, todo el bosque permaneció en silencio.
  Y empezaron a llamarlo el bosque de las sombras, porque, desde que un misteriosos hombre solitario se marchó, no había más que sombras allí. 
  No había alegría, ni tristeza, ni miedo, ni esperanza. No había ni música ni ruido ni silencio ni vida ni muerte. No había nada.
  No había nada, porque un hombre extraño, desconfiado y sin esperanza ya de nada, un alma solitaria a la que nadie conocía, pero de la que todos hablaban, había dejado mucha más huella de la que el mundo se esperaba.


  Pero a aquel hombre ya no le importaba. Había empezado a vivir. Recorría los siete mares en busca de su sirena, surcaba ríos y océanos, aprendió lenguas, culturas, historia. Aprendió a escuchar, a relatar, a leer y a escribir.
  Pero no encontró a su sirena.


  Al cabo de los años, triste y desolado, maldiciendo todos sus conocimientos adquiridos, pues no le habían servido para otra cosa que para perder el tiempo, un hombre solitario se sentó en una solitaria roca, en mitad de un solitario bosque, perdido en medio de la nada.
  Los pájaros volvieron a cantar, el viento volvió a susurrar. Las sombras ya no eran sombras, ahora se movían, y de ella surgían todo tipo de animales. Los árboles volvieron a reír alborotando sus hojas, y los riachuelos bailaban un hermoso vals con los peces.
  Pero aquel hombre ya no era feliz.
  Ansiaba a su sirena.
  ¡Ay, qué mala es el ansia! -cantaban los pájaros cuando el sol se escondía. -¡Ay, que dura es la tristeza! -susurraba el viento cuando la luna iluminaba.
  Entonces un día, harto de su soledad, aquel hombre se lanzó al agua.
  Y no necesitó piedras para ahogarse, pues su frío corazón ya pesaba lo suficiente.


  Por eso, cuando despertó en manos de una bella sirena, sintió que su cuerpo despertaba. Sintió mariposas, escalofríos, nervios, emoción. Sintió amor.
  Por primera vez en su vida, sintió realmente.
  Ya no escuchaba, ni oía. Ya no escribía ni relataba ni leía ni viajaba ni aprendía ni navegaba.
  Ahora, ahora tan solo amaba.
  Y aquel bosque fue llamado el bosque de la vida, porque nunca un bosque fue más hermoso, que cuando aquellos pájaros cantaron historias de amor, cuando el viento susurró, feliz, cuando los árboles rieron con ganas, y los riachuelos bailaron con emoción.
  No, nunca nada fue tan hermoso, como aquel beso que se regalaron un solitario hombre y una misteriosa sirena.

sábado, 15 de marzo de 2014

Sentimientos verdaderos

  Ella estaba tumbada en su cama. Asking Alexandria resonaba con fuerza en sus oídos. Una solitaria lágrima recorría con lentitud su rostro; pero solo una. Ya no le quedaban fuerzas para más.
  Ahogó un sollozo más. Y otro. Y otro.
  Sabía que estaba sola, que nadie podría oírle llorar, pero su extremada desconfianza le impedía expresarse libremente. Una desconfianza que la vida le había regalado golpe tras golpe.
  Cuando hubo contenido tantos sollozos que ya no podía ni respirar, sintió como si su cuello explotase. Y fue una verdadera liberación.
  Y gritó, gritó con todas sus fuerzas. 
  Gritó por todas las veces que lo había pasado mal. Por toda la gente que le había hecho estar mal.
  Gritó por todas las veces que había llorado; y por todas las que no lo había hecho.
  Gritó por todas las lágrimas, por todos los sollozos, por los deseos de morir.
  Gritó por todas las pulseras de sangre cicatrizada que adornaban sus muñecas. Por todas las cuchillas, todos los cortes.
  Y gritó. Gritó hasta que la garganta le dolió igual que cuando contenía los sollozos.
  Cuando hubo gritado tanto que ya no tenía voz, sintió como si en su cuerpo estallara una bomba de energía. Y fue una verdadera liberación.
  Entonces corrió, corrió todo lo que su cuerpo le permitía.
  Corrió por todas las veces que había deseado escapar. Por la ciudad que le había hecho sentir esa necesidad.
  Corrió por todas las veces que se había sentido tan jodidamente atrapada; por esa maldita jaula que le oprimía cada vez más y que nunca era capaz de romper.
  Corrió por todas las veces que no lo había hecho; y por todos los sentimientos que le producía hacerlo.
  Y corrió. Y cuando hubo corrido hasta que sus piernas no podían mantenerla en pie, hasta que no supo donde estaba, se perdió. Y fue una verdadera liberación.
  Se perdió por todas las veces que se había sentido así, pero físicamente no lo había estado.
  Se perdió por todas las veces que deseó haberlo hecho.
  Se perdió por todas las veces que había deseado cualquier otra cosa que vivir.
  Se perdió por todas las veces que no había tenido cojones a ponerse un collar de cuerda.
  Y, cuando ya no podía perderse más, cuando le parecía que los carteles estaban en idiomas extraños y no había nadie a su alrededor, cayó.
  Se tropezó. Sus rodillas impactaron contra el suelo. Sus manos se llenaron de arañazos. Le dolieron las muñecas. Le dolieron las piernas. Le dolió todo.
  Entonces se acostó. Y allí, tumbada boca arriba, vio como su corazón salía de su pecho, y se elevaba al cielo, convertido en una hermosa mariposa.
  Vio como esa hermosa mariposa, tan reluciente y misteriosa, explotó. 
  Vio como llovía sangre a su alrededor.
  Vio como, poco a poco, la sangre se reunía en un mismo punto.
  Vio como, de la sangre, resurgía una forma oscura.
  Vio como la forma oscura le observaba.
  Vio como sostenía un cuchillo.
  Y cerró los ojos.
  Entonces escuchó.
  Escuchó silencio.
  El silencio que habitaba ahora en su pecho.
  El silencio de la Muerte avanzando cuidadosamente hacia ella.
  El silencio de un cuchillo volando rápidamente hacia su cuerpo.
  El silencio de la herida, de la sangre brotando, de perder los sentidos.
  El silencio de la felicidad de morir.
  Y rió. Y fue una verdadera liberación.