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domingo, 1 de noviembre de 2015

Armas de fuego.

  Hoy he leído mil y un poemas de amor, y sólo he podido pensar en ti.
  Hoy he disparado a mil y una personas con un arma llamada sonrisa.
  Y algunos ignoraban el disparo.
  Y algunos devolvían el disparo.
  Y otros morían; y otros vivían.
  Y cada una de las balas era una mirada tuya.
  Y esas miradas convertían mi risa en un arma de fuego; y, cuando se apagaban, cada una de tus lágrimas era mi veneno.
  Dulce antídoto llamado "tus besos". Peligrosa adicción, valiente adrenalina.
  Y entre toda la intensidad que formaban disparos furtivos y bailes rápidos entre venenos y antídotos, tan solo el caos de tu pelo me permitía volar. Y es que, cada vez que el viento lo elevaba, yo creía alzar el vuelo junto a él, y junto a ese perfume que me vuelve loca. Y es que, cada vez que el mar lo mecía, yo me transformaba en pez para nadar entre sus destellos dorados.
  Y tan brillante como el dorado sol era tu voz. Voz que sirenas habrían envidiado, voz que llenaba cada parte de mi alma y la hacía vibrar. Voz que devolvía vida a flores marchitas, y que amansaba a las más horribles fieras.
  Fiera en la que me convertía cada vez que te veía tumbada en la cama, con sábanas de seda descubriendo tus desnudas curvas. Pero nada hay más desnudo que mi corazón al verte. Nada puede estar más al descubierto que lo que siento por ti, querida mía.
  Nada, excepto la luz de la luna, cada vez que nos ve.