Vistas de página en total

martes, 30 de abril de 2013

Lo que Dios No Entiende: Segunda parte.

Iba hacia el instituto con la cabeza gacha. Había dudado mucho entre si ir o no, al final decidí ir. Grave error. Las primeras dos horas fueron las típicas: me senté sola y en primera fila. Pero, cuando llegó la hora del recreo, Daniel no dudó en vengarse.
  Fui al aseo cuando me tiraron encima un café. Pero no estaba vacío, como esperaba. Daniel y un amigo suyo ya estaban allí, esperándome. Intenté salir, pero otro chico que no había visto me lo impidió cerrando la puerta. Me puse en tensión, el corazón me iba a cien. ¿Qué iba a hacer? Otra vez, las leyes de Dios me impedían actuar. Ya me estaba cansando de las leyes de Dios.
  Daniel y sus dos amigos empezaron a acercarse. El que había cerrado la puerta me agarró por los hombros  impidiéndome huir; Rubén, el otro amigo de Daniel, me golpeó con el puño en la barriga, robándome la respiración. Después, Daniel me pegó en la mandíbula. Me las apañé para que la sangre le salpicara en la cara, por lo que me retorció la muñeca izquierda hasta que se rompió con un crujido. Un dolor feroz recorrió mi brazo y llegó hasta mi boca, saliendo por ella en forma de un potente grito involuntario. Rubén me volvió a pegar en la barriga para hacerme callar. El dolor era insoportable, no podía seguir soportando aquello. Tenía que actuar.
  Y lo hice.
  Le pegué un codazo con todas mis fuerzas al chico que me estaba sujetando (no sé como se llama). Como le pillé desprevenido, me soltó. Después, le di una patada en la entrepierna a Rubén. Sentía el fuego tras mi ojos, me imaginaba el color rojo intenso que debían presentar. El color de la sangre.
  Miré a Daniel a los ojos, me veía reflejada en ellos. Los míos ya no eran azul humano, sino que el iris y la pupila eran completamente rojos, y el blanco se había tornado negro. Mi pelo, que ahora estaba por los hombros, era más largo por los dos lados delanteros que por detrás, del color del carbón intenso; y de mi espalda brotaban dos enormes alas negras. Mi mano derecha sujetaba un arco y la izquierda un carcaj lleno de flechas. Ya no llevaba la ropa de antes; esta había sido sustituida por una armadura demoníaca. Era como una malla de cuerpo entero negra, con un único trazo rojo intenso que envolvía los brazos y el cuello y resplandecía levemente; en la zona en la que debía estar en corazón, había un rubí esculpido. La estrella satánica relucía bajo mis pies. Con una voz profunda y gutural, anuncié:
-Estúpidos mortales, la próxima vez que os vea juro os mataré.
  Y desaparecí.

  Había recuperado mi aspecto normal, pero mi alma seguía ardiendo.
  Quería vengarme, tenía que vengarme. Pero, ¿de quién? De los mortales no, ya lo había hecho con tres y no había servido de nada, además, solo son mortales. Sería una pérdida de tiempo.
  Podría vengarme de Satanás. Al fin y al cabo, el tenía que tener la culpa de todo eso, ¿no? El hace todo lo malo y cruel. Pero algo dentro de mi me impedía hacerlo, y, aunque desconocía lo que era, le obedecí.
  ¿De mi? Podría haberme vengado de mi misma por ser tan ingenua, por no haber sabido hacer lo correcto para que esto no pasara, por no haber huido a tiempo. Pero no.
  Entonces, ¿de quién? Esa pregunta me rondó en la cabeza durante un buen rato mientras daba vueltas y vueltas por la calle. Al cabo de una media hora, encontré una respuesta: Nadie. ¿Por qué me iba a vengar de alguien más? La venganza en una tontería infantil, inútil e innecesaria. Solo sirve para herir a gente ignorante sin autoestima ni metas en esta vida que se entretienen intentando derrumbar a la gente que valen su peso en oro, o que directamente no tienen precio. Inútil, es totalmente inútil, pérdida de tiempo. Pero por otro lado es tan tentador... Es un placer infantil muy tentador. Demasiado.
  Pensé en el punto flojo de Dios. No sé por qué es suyo, simplemente lo hice. Lo encontré en menos de un segundo: los humanos. Bien, ¿qué podría hacerles? No quería hacerles sufrir, ellos no tenían culpa de nada. Pero entonces, ¿qué? Esta pregunta me tubo horas pensando y dando vueltas.
  Cuando me quise dar cuenta, ya era de madrugada. No había notado del paso del tiempo, y ni el cansancio, ni el sueño, ni la sed me habían advertido, pues era un ángel y esas cosas no me afectaban.
  De repente, encontré la respuesta.
  Sonreí, cargué el arco y apunté.
  Dos chicas. Disparé.
  Casi podía sentir la rabia de Dios explotar por lo que acababa de hacer. Solté una carcajada amarga: había vivido engañada toda mi vida., encerrada tras una oscura mentira. Y ahora me daba cuenta.
  Dios no le desea el bien a los humanos: solo quiere que su creación se expanda porque piensa que es perfecta y suya. Se colma de sus plegarias, sus sacrificios y sus alabanzas, se crece, se cree invencible, todopoderoso. No le importa a quien amen o a quien odien; por eso envió a su hijo a la Tierra, para convencernos de que nos teníamos que amar los unos a los otros pasara lo que pasase, pero nunca, bajo ninguna circunstancia, nos debíamos enamorar de alguien de nuestro mismo sexo. ¿Y dónde está ahí la verdadera felicidad? En ninguna parte. Eso, es vivir tras una cruel mentira creada por Dios y difundida por la sociedad. Por eso la balanza se ha ido desequilibrando poco a poco, porque cuando la gente es infeliz hace infelices a los demás, es un defecto humano.
  Vi como las chicas se besaban. Ya no estaban tras la mentira, ya eran felices. Sonreí, pero de verdad, y corrí. Corrí hasta que llegué a un hermoso lago, donde había dos amigos riendo. Y, como soy la encargada del amor universal, podía notar lo que habían sufrido los dos por amor. Volví a apuntar, y disparé.
  Esto lo hacía por tres cosas: por venganza a Dios, por ver si le podía abrir los ojos a él y al mundo, y por la felicidad de los mortales. Sonreía, al fin estaba cumpliendo mi misión. Por fin me sentía realizada. Pero, entonces, pasó.
  Un enorme agujero se abrió en el suelo, bajo mis pies, y caí. Agité las alas desesperadamente, en un vano intento de mantenerme a flote, pero ya  no estaban, habían desaparecido. Aun así, al caer no noté demasiado el daño. Estaba demasiado preocupada y tenía demasiada adrenalina en el cuerpo como para preocuparme por eso.
  Me levanté y miré a mi alrededor. Era todo muy extraño y confuso; había formas cambiantes, extrañas y oscuras a mi alrededor. Eran como sombras negras con ojos brillantes como rubís bañados en sangre.
  Sentí frío y humedad. Tiré aire por la boca, y salió vaho; ahí abajo hacía demasiado frío. Cuando salí de la impresión, advertí el sonido del agua y los pies especialmente húmedos. Miré hacia abajo; estaba de pie sobre una corriente de agua con apenas unos centímetros de profundidad. Y bien, ¿qué iba a hacer? Estaba perdida, helada, y rodeada de sombras que harían llorar a la persona más valiente del mundo. Pero yo era un ángel, simplemente estaba asustada. Empecé a caminar. Sentía como las sombras me observaban fijamente, sentía sus ojos atravesándome el cuerpo. Y, por primera vez en mi eterna vida, me sentí sola de verdad.
  Antes siempre había contado con la ayuda de Dios, incluso cuando le hacía enfurecer, cuando me vengaba de él. Incluso en el instituto, pensaba que todo eso pasaba por una razón, tal ver por haber intentado ser popular para que me invitaran ha fiestas y ahí enamorar a adolescentes, tal vez por no haberlo conseguido. Lo pensaba a menudo, me consolaba pensar de Dios solo intentaba ayudarme a cambiar y a hacer lo correcto. Pero en ese mismo instante me di cuenta de que no era así, de que Dios nunca me había ayudado. Me había creado, y me había abandonado. Así de simple.
  Estaba abstraída en mis pensamientos cuando al frío me recorrió la espalda, haciendo que parara en seco. Intenté dar una bocanada de aire, pero mis pulmones no reaccionaban. Sentía que todos y cada uno de mi huesos se iban a romper en miles de pequeños trozos; sentía que la sangre ya no circulaba por mi cuerpo.
  Sentí a mi corazón entallar, literalmente.
  Pero no morí. No podía morir, aunque no fuera un ángel. Aunque nunca lo hubiera sido.

  Vi mi cuerpo mortal tendido en el suelo, desde arriba. Era como una enorme muñeca de trapo, inerte, sin vida. Me estremecí. Si es que una sombra se puede estremecer.
  Cada vez subía más y más, pero, en vez de llegar a la Tierra otra vez, llegué a un sitio donde no había nada, solamente luces cambiantes que pasaban constantemente del negro al blanco, y del blanco al negro. Y ahí me detuve. Una voz profunda y gutural que me envolvió, salida de ninguna parte pero de todas a la vez, recitó:
-Espíritu Cupido: Encargada del amor universal. Hija de Dios y de Satán. Acusada de infringir las ordenes de su legítimo señor y de alterar la naturaleza mortal. ¿Tiene algo que decir en su defensa, Espíritu Cupido?
¿Qué era aquello? No entendía nada. ¿Eso era un juicio? ¿Y yo era la acusada? Pero, lo que más me había marcado era "Hija de Dios y de Satán". No era un ángel. No era un demonio. Simplemente, era un espíritu.
  Intenté concentrarme, ¿qué debía hacer? No había hecho nada. Repasé mis acusaciones: infringir las órdenes de mi legítimo señor y alterar la naturaleza mortal. Claro. Tras meditar unos rápidos segundos lo que iba a decir, hablé:
-Me temo que mi acusador está equivocado en varias cosas, señor -no se porqué dije eso, era una voz incorpórea, sin género-. En primer lugar, no soy hija de nadie, sino una creación involuntaria, nacida de la fusión de fuerzas entre el bien y el mal, salida de las entrañas del origen de todo, de la perfección y del error,  de la creación y la destrucción, del universo. En segundo lugar, soy un espíritu libre, no tengo amo ni señor, no acato las órdenes de nadie. Y, por último, no he alterado la naturaleza mortal, simplemente he hecho que florezca y evolucione para que se muestre en su máximo esplendor de justicia, igualdad y felicidad.
  Guardé silencio. Si hubiera tenido corazón, estoy segura de que se me habría salido del pecho. Entonces, el juez salió a la luz, era La Muerte. La Muerte. El juez más importante del Submundo. Tenía la sensación de haberle visto antes, pero eso era imposible, nunca me lo había encontrado... ¿verdad? Estaba huesudo, no tenía rostro, y unas enormes alas plateadas, flacas y desplumadas se agitaban lentamente tras él. Era... aterrador, espeluznante, asombroso, indescriptible. Miré fijamente las cuencas donde deberían estar sus ojos. Y un único pensamiento se apoderó de mi mente al recordar de que le conocía: «hermano».

martes, 16 de abril de 2013

Lo que Dios No Entiende: Primera parte.

¿Queréis saber por qué el amor duele? Pues bien, os lo contaré. Pero empecemos por el principio.
  Los ángeles existen.
  Lo sé porque yo soy uno. O, mejor dicho, lo era.
  Exacto, y uno bastante famoso. Estoy segura de que habéis oído hablar de mi. Soy Cupido. Y, sí, soy mujer. ¿Sorprendidos? Me lo imagino. No se por qué, pero los humanos tendéis a representarme como un bebé regordete y desnudo con un arco.
  Pero no es así, los humanos os equivocáis muy a menudo. Demasiado a menudo; me hago pasar  perfectamente por una mortal adolescente (o de cualquier otra edad, pero esta es la más adecuada para mi trabajo) cualquiera. Cada cierto tiempo me veo obligada a cambiar de forma y de localidad, ya que, debido a que no muero, la gente sospecharía, y, conociendo la infinita crueldad de los humanos, es muy posible que me metieran en un laboratorio para hacerme pruebas extrañas. Podría luchar contra ellos y salir victoriosa, pero no quiero. Eso solo serviría para que Dios me castigase con uno de sus peores castigos. Y ninguno de los castigos de Dios es lo que se dice "piadoso", que fue lo que conseguí al final. Ahora, por un capricho suyo, todos los ángeles me odian, y los demonios me admiran. Lo odio.
  Pero no voy a dejar de hacer mi trabajo. Soy orgullosa, siempre lo he sido, y sé que está bien lo que hago, por mucho que los curas humanos, los obispos, el Papa, los ángeles, o incluso Dios lo nieguen. Y, sí, sé que duele, pero eso está bien. Es así como debe ser. El mundo no es solo alegría y felicidad, también es sufrimiento y dolor. Claro, ahora los religiosos pensaréis, ¿y cómo Dios, nuestro todopoderoso y eternamente bondadoso señor puede permitir esto? Si el mundo lo hubiera creado solamente él, esto no ocurriría. Pero también lo creo Satanás. Exacto, en parte, sois obras del Señor de las Tinieblas. Si no fuera así, la Tierra no existiría, es necesario un equilibrio entre en bien y el mal.
  Ambos ya habían intentado crear varios planetas por sus cuentas, pero son planetas muertos, sin vida.
Como se dieron cuenta de que necesitaban un equilibrio, juntaron sus fuerzas y crearon el ying yang, el signo de equilibro entre en bien y el mal. Con este poder, crearon la Tierra. Pero Dios, enfadado al ver el dolor que había creado Satanás, le envió lejos, al Infierno.
  Él, al ver que incluso después de ayudarle a crear vida no le respetaba, no discutió en quedarse allí, así que bajó al Infierno, su nuevo hogar, y desde su trono contempló su creación.
  Pero dejémonos de historia religiosa y empecemos con lo que interesa: mi historia.

  Estaba en clase de biología, no prestaba atención porque todo eso ya lo sabía, había repetido ese curso como unas quince veces, pero en diferentes idiomas.
  De repente, me llegó una nota a la mesa. Pensaba que sería alguna broma de alguien riéndose de mi (intenté coger un buen cuerpo para ser popular por razones que explicaré más tarde: rubia, ojos azules, alta, flaca... pero me faltaba pecho, y era demasiado callada, ese era el problema. La gente la tomó conmigo y empezó a hacerme bullying). La abrí esperando encontrar insultos dentro, pero no fue así; dentro había una invitación para una fiesta. Pensé que era una broma, pero igualmente fui.
  Cogí el arco y el carcaj de flechas (esa es una de las pocas cosas que los humanos acertasteis: uso flechas para enamorar a la gente. Obviamente, vosotros no podéis verlas, son invisibles a vuestros ojos), me puse un vestido bonito y llamativo, rojo, y salí.
  Cuando llegué a la fiesta, había mucha gente y mucho ruido, y esa música que tanto odio, el reggaetón. Me acerqué a la barra y pedí una copa, para disimular. Después, me alejé dispuesta a disparar unas pocas flechas, había gente a la que había "fichado" hace tiempo para juntarlas. Pero cuando estaba llegando a un lugar lo bastante apartado, me llamaron.
-¡Estela! -Ese era mi nombre mortal. Me puse rígida, y me giré. El chico más popular del instituto, junto a su típica "pandilla" de populares me estaban llamando. Oh, no, eso no podía ser bueno.
-¿Qué? -Les sonreí.
-Ven.
  Fui. Grave error. Cuando llegué, repetí:
-¿Qué?
-Ven, queremos enseñarte una cosa.
  Les seguí mientras me conducías hacia la parte trasera de la casa donde se celebraba la fiesta. Atrás, había una piscina. Estábamos en febrero. No, no, no.
  Antes de que pudiera darme la vuelta silenciosamente, me cogieron. Yo grité, pero nadie me hice caso. Entre risas, me lanzaron al agua helada, insultándome, riéndose de mi. Vi a varias personas grabando mi gran humillación. Casi podía verme a mí misma con todo el maquillaje corrido, tiritando de frío, intentando nadar con los tacones, empapada y despeinada. Podría haber luchado contra ellos, pero eso solo serviría para que Dios me castigase, por haber dañado a sus preciadas criaturas "inofensivas". Y los castigos de Dios no eran ninguna tontería, seguramente me convertirían en un ángel caído. La sola idea de pensarlo provocó que un fuerte escalofría recorriera mi espalda.
  Empecé a nadar hacia una escalera, esperando que todo hubiera acabado, pero no fue así.
  Cuando estaba intentando salir, Daniel, el chico que me había llamado, me dio un fuerte pisotón en la cabeza, metiéndome de nuevo en el agua y embotándomela. Sentí como una lágrima caía de mi ojo y se mezclaba con el agua helada de la piscina. No sentía nada, las piernas y los brazos se me empezaban a entumecer y cada vez me costaba más nadar. Pero no podía hacer nada que no pudiera hacer un mortal, nada.
  Bajo el agua, grité de pura impotencia. Buceé hasta el otro extremo de la piscina, pero ellos ya estaban allí. Cuando salí para respirar, como estaba demasiado cerca del borde, pudieron darme una patada. Sentí como la nariz me hacía "crack" y pude ver como el agua se teñía de rojo mientras un intenso dolor se extendía por toda mi cara. No podía dejar eso así, simplemente no podía; llevaban demasiado tiempo jugando conmigo. Y jugar con un ángel es peligroso.
  A parte, ¿a quién le importa un demonio más y un ángel menos? A nadie.
  Una diminuta sonrisita empezó a asomar en mi rostro. Sabía que eso no estaba bien, sabía que no debeía hacerlo. Pero por mucho que Dios se empeñe, los humanos no son perfectos. Son crueles parásitos, viven a costa de las desgracias ajenas, son como sanguijuelas que te extraen hasta la última gota de sangre para vivir como reyes mientras te desangras lenta y dolorosamente. Pero, lo peor, es que lo saben y no les importa.
  Daniel se acercó y susurró:
-¿Qué pasa, por qué sonríes? ¿Tanto frío y sangre te ha vuelto aún más estúpida?
  Susurré unas palabras que no escuchó y esperé. De repente perdió el equilibrio y cayó al agua "accidentalmente". Todos rieron.
  Daniel me miró con rabia he intentó pegarme un puñetazo, pero le esquivé con elegancia, con demasiada elegancia como para estar en la agua. Salí de la piscina con la cabeza alta, ya no me sangraba la nariz. Miré a toda la gente que estaba al otro lado de la piscina, y, después, a Daniel, que seguía en el agua, mirándome con cara de odio. Di media vuelta y me alejé; nadie me persiguió.
  Cuando estab segura de que nadie me veía, murmuré otras palabras y poco a poco me hice invisible a cualquier tipo de ojo mortal. Sonriendo, volví sobre mis pasos.
  No vi a Daniel por ninguna parte, en cambio, advertí un rastro de agua hasta la puerta de la casa, por lo que deduje que había ido a secarse y a cambiarse.
  Cargué el arco y apunté: Diana, la novia de Daniel. Hice que se enamorara de Eduardo, un chico bastante majo de nuestra clase. Se metían con él continuamente: decían que es feo, gordo, idiota... las típicas etiquetas que suele poner la gente sin autoestima alguno que se lo baja a los demás para sentirse mejor. No sé cuál fue su reacción cuando se enteró de que estaba loca por él, supongo que se querría morir, o que cambiaría.. Espero que sea la segunda opción. Después, disparé a Laura, la chica que se hizo pasar por mi mejor amiga para después apuñalarme por la espalda. A ella la enamoré Daniel. Es (o era) la mejor amiga de Diana, y Laura no se corta un pelo. Creo que hubieron problemas.
  Algo me remordió la conciencia, ¿y si me estaba pasando? Al fin y al cabo, solo eran mortales ignorantes. Sí, mortales ignorantes, pero con un equilibrio perfecto entre el bien y el mal, y ellos decidieron alimentar a la parte mala. De toda la vida, si un niño se porta mal sus padres les dan unos azotes, ¿no? Y si Dios puede jugar a ser papá, yo podía jugar a ser mamá.
  Vuelví a sonreír. Otro disparo. ¿A quién? Ni lo sabía, ni me importaba. Lo único que puedo asegurar es que esa persona sufriría por amor durante mucho tiempo. Era consciente de que eso no le haría ninguna gracia a Dios, pero no me importaba, estaba harta.
  Otro disparo, y otro.
  Cuando me quedé con pocas flechas, me tocó irme. Disparé a bastante gente, ya me tocaba ir a casa.
  Cuando llegué como había desperdiciado demasiadas flechas, tuve que fabricar más. Pero no las fabriqué pensando en vengarme de más gente, si no que las fabriqué tristemente. No estaba bien lo que había hecho, y como ya estaba más relajada, me di cuenta de la gravedad de mis actos. Estaba arrepentida, muy arrepentida. Tal vez por eso no me castigó en ese mismo instante, pero después hice algo que colmó el vaso. Algo que él nunca perdonaría.
  Según él, cambié la naturaleza del amor del ser humano. Pero se equivoca.

jueves, 11 de abril de 2013

Los Secretos de las Nubes: El final

La palabra retumba dentro de mi como si fuera un martillo, golpeándome el corazón. «Sí».
Es un asesino. Joe es un asesino.
Empiezo a notar que todo da vueltas. Parpadeo varias veces, hasta despejarme.
¿Qué acaba de pasar? No lo sé. Es como si de repente me hubieran borrado la memoria.
-¿Qué? -Es lo único que puedo decir.
-¡Que sí! Fui yo, ¿de acuerdo?
¿Qué? ¿Qué él fue qué? Solo puedo fruncir el ceño.
Pero entonces los recuerdos me golpean como si fueran una enorme maza tratando de derribarme. Intento gritar, pero no puedo.
-Asesino... -Murmuro.
-Lo sé- responde en voz baja, casi inaudible. Es casi como... si se pudiera sentir el dolor y la culpa que siente. Pero no, no es posible. No lo habría hecho -pero tenía razones para hacerlo- prosigue. No me creo lo que oigo.
-¿Razones? ¿Qué razones puedes tener para matar a alguien?
-Razones más que comprensibles. Yo... solo espero que puedas perdonarme.
-¿Qué? -estoy incrédula- te conozco desde ayer, me dices que me quieres justo antes de confesarme que eres un asesino, ¿y aún esperas que te perdone? ¡Estás loco!
Reina el silencio, pero algo dentro de mi grita. Grita de rabia, de dolor y de miedo. 
Rabia, lo por la maravillosa persona a la que acaba de perder al descubrir la verdad.
Dolor, por lo que empezaba a sentir por ella.
Miedo, por lo que le pueda hacer.
-¿Venís o qué? -La voz de Dianne me sobresalta. 
Dejo de pensar, simplemente actúo por instinto de supervivencia. Tengo que alejarme del asesino. 
Agarro a Dianne del brazo y echo a correr, arrastrándola tras de mi. 
-¿Pero qué haces? -pregunta, notablemente cabreada. Intenta soltarse, pero no le dejo. Por encima de su hombro, veo a Joe mirándome fijamente, con gesto serio.  Espera, ¿qué acabo de hacer? ¡Es un asesino! ¡Está loco! ¿Y si ahora me mata por huir de él? ¿Debería haberme quedado? ¿Debería haber hecho como si le perdonara y avisar disimuladamente a la policía? Oh, Dios, voy a morir. Y puede que Dianne también. Me odio, ¿por qué no lo pensé antes? Ahora ella y yo moriremos. 
-¡Eh, oye! ¿Se puede saber por qué has hecho eso?- Exige saber Dianne. Me quedo muda. ¿Qué le voy a decir? "Pues verás, Joe, ese chica tan encantador que está detrás tuya en realidad es un asesino, y puede que ahora por mi culpa nos mate a las dos". No, no, no puedo decirle eso. Espera, ¿detrás suya? 
Efectivamente, ahí está. Casi se me para el corazón. ¿Cuando a venido? ¿Qué nos va a hacer? Estoy preparada para volver a echar a correr cuando Joe, con voz calmada, explica:
-Dianne, vete con Ana. Va a ser lo mejor. A sido un placer conoceros, adiós.
Veo la incertidumbre en la cara de Dianne, y prácticamente puedo sentirla reflejada en la mía. Sinceramente, me esperaba algo más violento, o sangriento o... lo que sea típico de un asesino; sin embargo, él se va, tranquilamente, sin mirarnos. ¿Ya está? ¿Ya a pasado? Siento una oleada de alivio y de duda a partes iguales. Estamos vivas, pero solo de momento. ¿Cómo sé que no se va para pensar cómo matarnos? ¿O que ya lo ha pensado y está llevando a cabo su plan? Me estremezco al pensar en la infinidad de cosas que pueden pasar por la mente de un psicópata.
-No entiendo nada...- susurra Dianne. 
-Es lo mejor- respondo. Sorprendentemente, no hace más preguntas.
Después de esto, a ninguna de las dos nos apetece seguir visitando la ciudad, por lo que nos vamos a casa.

Los siguientes días transcurren con normalidad. Acabo descartando la idea de que Joe quiera matarnos, pues no tiene razones por las que hacerlo y, algo dentro de mi, no sé el qué, hace que me crea que de verdad tenía sus razones para asesinar a ese hombre. Casi me he olvidado de él cuando, a dos días de viajar a Pisa, me lo encuentro.

Algo parecido a un calambre helado me recorre la espalda cuando nuestras miradas se cruzan. Rápidamente, cambio de dirección. Pero me persigue.
Acelero el paso poco a poco hasta acabar corriendo; pero él es más rápido que yo y no tarda en alcanzarme en un callejón. Mi grito se eleva por las desiertas calles, pero nadie lo oye.
-Shhh -me susurra al oído- no te voy a hacer nada, solo quería hablar.
¿Hablar? ¿Sobre qué? ¿Sobre cómo matarme? No, no, tengo que huir. Le pego una patada en la entrepierna con todas mis fuerzas, y casi puedo ver las estrellas que está viendo reflejadas en sus ojos antes de echar a correr. Esta vez no me persigue.

Llego al hotel sin aire en los pulmones, sudada y con lágrimas en los ojos; no sé si son por que se me han secado o por Joe.

En cuanto Dianne me ve se le borra el color de la cara.
-¿Qué te ha pasado?- Me pregunta viniendo hacia mi.
-Yo... -respiro- me he encontrado a Joe.
-¿Joe? ¿Él otra vez? ¿Se puede saber qué pasó?
Le miro a los ojos. ¿Se lo cuento? Ya le he ocultado demasiado tiempo la verdad, pero, si se la cuento, no me creerá. Aun así, decido hacerlo:
-Mira, Dianne, tengo que contarte una cosa, me creas o no. ¿Recuerdas todo el jaleo que nos encontramos el segundo día? -Asiente- ¿y recuerdas que Joe se quería ir? -Vuelve a asentir- pues bien, habían asesinado a un chico. Y Joe se quería ir por lo que ya sospecharás: él era el asesino; por eso me fui corriendo. Por eso he huido de él.
Guardo silencio para ver la respuesta de Dianne, y para respirar, pero ella ni se mueve, ni habla. Solo parpadea varias veces seguidas y sacude la cabeza, como si la tuviera embotada.
-¿Qué? -Dice tras un largo silencio. 
Espero a que se le aclaren las ideas. Entonces, vuelve a palidecer.
-¡Es un asesino! -Grita.
-¡Shhh! ¡Si nos oyen van a hacer demasiadas preguntas!
-¡Tenemos que denunciarlo! -Responde en un susurro.
-¡No! -Le digo- No podemos... Nos podemos meter en algún lío. -Me apresuro a aclarar. Ella me mira con gesto serio.
-No... No te gustará, ¿verdad?
La pregunta me pilla por sorpresa. ¿Qué si me gusta? ¿Joe? No, a mi no... ¿verdad? Aunque lo intento con todas mis fuerzas, dentro de mi empieza a formarse un torbellino de emociones completamente contradictorias.
-¡Ana! ¡Es un asesino! ¡No te puedes enamorar de un asesino! Estás loca...
-¿Te crees que no me doy cuenta?- Exploto. Acto seguido, me encierro en mi cuarto, luchando por contener las lágrimas. Acabo de confesar que estoy enamorada de un asesino.

Al día siguiente, recibo una carta.




                  Ana:                                                  

He intentado explicarte los motivos de lo que hice, pero
siempre acabas escapando, así que no me queda más remedio
que escribir esta carta. Espero que después de leerlos,
puedas comprenderme y perdonarme, dado a que no soy
capaz de estar un solo segundo sin pensar en ti.

 1)- Robó la joyería de mis padres, dejando a mi padre en el hospital, y a toda la familia sin nada que comer.
2)- Raptó a mi hermana, y la mató.
3)- A causa de todo esto, mi madre a cogido una grave depresión, por lo que también está hospitalizada.
4)- Mi hermano de 5 años y yo nos hemos quedado solos en la casa, sin ayuda de ningún tipo.

Espero que, después de saber esto, comprendas porqué le asesiné.
No creo que me respondas ni que me creas, pero te ruego a que me
contestes a una pregunta. Como ya sabrás, estoy enamorado de ti.
¿Alguna vez has sentido algo, por pequeño que fuera, por mi?

                                                                                                                      Joe.


Cuando leo la carta me quedo completamente inmóvil, asimilándolo todo poco a poco.
Recuerdo una noticia de una joyería atracada. Recuerdo al dependiente herido de gravedad; recuerdo a una chica desaparecida, más tarde muerta.
Recuerdo el dolor de Joe al confesarme su asesinato.
Le creo.
Como un autómata, cojo papel y un bolígrafo, y escribo:

                Joe:

Una vez leí en un libro que para enamorar a una mujer solamente
hacían falta siete palabras. En cada mujer, las palabras cambian.
Pues bien, en mi caso, esas palabras son:
 “¿Conoces los cinco secretos de las nubes?”

                                                                                                                     Ana                  


Con el corazón en un puño, bajo a la calle y envío una carta en la que no se lo que pone, pues no escribía yo, si no mi corazón.
Después, subo a coger las maletas y me dirijo al aeropuerto. 
De camino allí, lloro. 
Lloro por el hombre al que amo, el que me ha hecho sentir tanto en tan poco tiempo, el que me ha robado mi corazón al mismo tiempo que yo robaba el suyo.
Y al que nunca volveré a ver.

viernes, 5 de abril de 2013

Los Secretos de las Nubes: Segunda Parte


No puedo parar de mirar por la ventanilla, no hay nubes y las vistas son espectaculares. Dianne y yo no paramos de hablar en todo el trayecto sobre lo que vamos a hacer en cuanto lleguemos a Francia. Entre una cosa y otra, antes de que me de cuenta estamos aterrizando.
Cuando el avión aterriza, vamos al aeropuerto y cogemos nuestras maletas.
Una vez en la calle, no puedo permitirme parpadear: es todo impresionante, precioso. Necesito empaparme de todo aquello, no olvidarlo jamás. Estoy en París. Siento que una lágrima me recorre la mejilla de pura emoción.
Cuando me quiero dar cuenta, Dianne ya está sacando fotos; no puedo esperar a imitarla.
Sacamos fotos y más fotos, damos vueltas y más vueltas, nos perdemos, tenemos que preguntar la dirección unas cuatro veces. Al cabo de dos horas, llegamos al hotel.
Nos alojamos en la cuarta planta, la última. Nuestro cuarto se compone de una pequeña cocina, el salón, un cuarto de baño, dos habitaciones y una pequeña terraza con vistas asombrosas. Yo elijo una habitación con dos enormes ventanas y un pequeño balcón, que están en el extremo derecho de la habitación. Al extremo izquierdo, hay una cama, y, entre la cama y las ventanas, una gran estantería vacía. Enfrente de esta, en la otra pared, hay un escritorio; al lado, un armario.
Guardo mis cosas rápidamente y salgo a buscar a Dianne, que está en el salón cotilleando todo.
-Oye fea, ¿nos vamos a algún restaurante?- Le pregunto con cariño.
-Si por favor, estoy muerta de hambre.
Cogemos dinero y vamos dando vueltas hasta que encontramos un restaurante que tiene buena pinta. Se llama Fleur de Minuit «Flor de Medianoche». Es un buffet libre y todo tiene una pinta estupenda. Cojo un poco de pan, una extraña carne a la canela y gambas al ajillo. Riquísimo.
Como yo nunca he sido de comer mucho y esa carne llena de verdad, no cojo segundo plato, directamente fruta y un helado. Cuando estoy volviendo a la mesa con la tarrina de helado, un chico se choca conmigo y me lo tira encima, ensuciándome toda la camisa.
-¡Mierda!- Exclamo.
-Le pardon!- Se disculpa él.
-Podrías tener más cuidado- le espeto, olvidándome de que estoy en Francia, y no en España.
-Perdón- repite, esta vez en español, pero con un marcado acento francés.- ¿Puedo invitarte a algo para que me perdones?
Por encima del hombro del desconocido, veo a Dianne diciéndome que diga que si. Me esfuerzo por contener la risa.
-Bueno- digo- solo porque hoy estoy de bueno humor. El chico me sonríe. Tiene un rebelde pelo negro, los ojos color miel y una piel pálida. Es alto, me saca un palmo.
-Gracias.
Me acompaña hasta la mesa, donde Dianne me espera, sonriente. Los tres nos vamos al hotel.

-Enseguida bajo- digo cuando llegamos.
Subo y me pongo la primera camiseta que encuentro, blanca y sencilla, pero bonita.
Bajo y ahí están Dianne y el chico, charlando.
Ahora que caigo, no se como se llama.
-Ya estoy- digo. Me giro hacia el chico- Me llamo Ana, ¿y tú?
-Yo soy Joe.
-Encantada- le sonrío.
-Igualmente- me devuelve la sonrisa.
-Me tengo que ir- dice de improvisto Dianne.- Tengo cosas que hacer, lo siento.
Sé que no tiene nada que hacer, pero lo dice para dejarnos solos a Joe y a mi. No sé por qué, pero no intento retenerla.
-Adiós- me despido.
-Adiós- Joe también se despide.
-Hasta luego- dice Dianne, y se va.
Cuando ya se ha ido, Joe me pregunta:
-Y, bueno, ¿te apetece hacer algo?
-Me gustaría visitar un poco la ciudad, acabo de llegar.
-Perfecto, ¿cuánto tempo estarás aquí?
-No lo sé, más o menos un mes. También queremos visitar Roma y Pisa.
-Vaya, ¿solo podré disfrutar de tu compañía un mes?
Me sonrojo y le sonrío, eso no me lo esperaba.
-Venga, no digas tonterías,- le digo- me acabas de conocer.
-Pero sé reconocer a una buena mujer cuando la veo.
Se me acelera el corazón. ¿Por qué? No me gusta.
-¿Quieres ir a la Torre Eiffel? Se puede ir andando, en metro, en autobús o en taxi, ¿qué prefieres? Yo invito.
-¿Cuándo se tarda andando?
-Una hora y diez minutos, pero se da un bonito paseo. En autobús se tardan cuarenta minutos aproximadamente, en metro media hora, y en taxi unos veinte minutos. ¿Qué te apetece?
-No quiero hacerte pagar, ¿un paseo?
-Estaba deseando que dijeras eso. Así pasaré más tiempo contigo.
Le sonrío. Es tan adorable... pero no me fío. ¿Por qué me dice eso, si me acaba de conocer? Aunque tal vez solo esté siendo amable. Sí, será eso. A veces soy demasiado desconfiada.
Me guía por una calle grande y luminosa, rebosante de gente.
-¿Cuándo aprendiste español?- Le pregunto.
-Quería viajar a España y me apunté a unas clases. Aún espero el viaje.
-Vaya, pensarás que ha sido una pérdida de tiempo, ¿no?
-No, para nada. Me gusta aprender, y el idioma es precioso.
-Gracias. A mi también me gusta el francés.
-¿Cuándo lo aprendiste?
-Llevo unos años estudiando-digo– solo para este viaje.
-Te hacía mucha ilusión venir, ¿verdad?
Asiento.
-Es mi sueño desde que tenía doce años.
-¿Y ahora cuántos tienes?- Pregunta.
-Dieciséis, ¿y tú?
-Dieciocho.
Vaya, es más mayor de lo que pensaba. Parece leer lo que pienso reflejado en mi cara.
-Sorprendida, ¿verdad? Tengo cara de niño y la gente siempre me echa menos edad.
Río.
-¿Y eso es malo o bueno?
-Pues... depende. Es malo cuando quiero entrar a algún sitio para mayores de dieciocho años. Siempre tengo que enseñar el carnet. Pero es bueno para librarme de problemas. Dicen que tengo cara de niño bueno.
-¿Problemas? ¿Qué clase de problemas?
-Oh, no muy graves. Ya sabes, cuando estás con tus amigos, hacéis alguna tontería y os la cargáis. Nada más.
-¿Y te sueles meter en muchos?
-Depende de lo que entiendas por muchos.
Me mira con una sonrisa misteriosa. Me está gustando este chico, y no se por qué. Quiero seguir hablando con él, de lo que sea. Le pregunto lo primero que se me viene a la cabeza.
-¿Estudias o trabajas?
-Estudio ingeniería, pero en verano trabajo de camarero para ganar algo de dinero.
Tengo que contener la risa al escuchar la palabra “camaguego”
-¿Qué? ¿Te hace gracia mi acento?- Dice divertido- me gustaría oír el tuyo hablando francés.
-Vous allez rire- «Te vas a reír». Efectivamente, lo hace, pero yo también.
-¿Ves? Tu también pronuncias mal cuando hablas en francés.
-¿Tan mal hablo?
-Tu acento es bonito.
Volví a sonrojarme.
-Gracias. Y el tuyo.
-No, mi acento es gracioso. Reconócelo, te has reído.
-Bueno, vale- admito a regañadientes.- Pero que sea gracioso no significa que no sea bonito.
-¿Te digo algo bonito? Tus ojos. Son perfectos.
Eso también me pilla desprevenida, y no puedo evitar sonrojarme. Pero, ¿por qué es así? No me conoce de nada...
-Gracias- murmuro. Nos quedamos un rato callados. Es tan... raro. ¿O debería decir bonito? No lo sé, estoy muy confusa. Pero, ¿por qué estoy confusa? ¡No me gusta! No siento absolutamente nada por el. ¿Verdad? Me empiezo a asustar. No quiero sentir nada por él. Pero eso no se puede evitar...
El silencio empieza a ser incómodo, pero no me atrevo a decir nada. ¿Por qué no me atrevo? ¿Por qué estoy tan nerviosa? No tiene sentido, se controlar mis sentimientos. O, al menos, sé fingir que se controlarlos. Por eso odio enamorarme: el amor es un sentimiento que te hace sentir impotente y torpe, y que te puede destrozar si no es correspondido, lo cual pasa muy a menudo, aunque parezca lo contrario. El amor es un sentimiento odioso. Te deja mirando cualquier punto fijo, te hace parecer mudo. Te metes en tu mundo y no te enteras de nada. Podrías estamparte contra una farola y...
Dejo de pensar al darme cuenta que eso es lo que me está pasando a mi. Yo, que suelo ser muy observadora, ni me he dado cuenta de cuantas calles hemos cruzado ni de cuantas esquinas hemos doblado. ¿Me estaré enamorando? ¿De alguien que ni conozco?
-Solo faltan quince minutos. ¿Me vas a hablar o se te ha comido la lengua el gato?
¡Mierda! ¿Quince minutos? He estado más tiempo del que creía callada. ¿Que va a pensar de mi? ¿Por qué me preocupa lo que piense de mi? ¡Ah! Ahora mismo me odio.
-No, lo siento. Es que estaba pensando en mis cosas.
-Me lo imaginaba, estabas muy abstraída. No hace falta que te disculpes. Mira, allá está la Torre Eiffel.
-Es impresionante...
-¿Verdad? Pues espera a verla de cerca.
Ya atardece y empiezan a encender las farolas. La Torre Eiffel está iluminada y es completamente maravillosa. Sin darme cuenta, acelero el paso. No volvemos a hablar hasta que estamos allí de pie, a los pies de la torre. Espectacular. Asombrosa. Maravillosa. Enigmática. Esas son las palabras perfectas para describirla.
-¿Quieres subir?- Pregunta Joe.
-Por supuesto- respondo.
Nos encaminamos hacia el mirador. Subimos y subimos. Cuando llegamos arriba, la vista es sobrecogedora. Joe se pone a mi lado, los dos estamos apoyados en la barandilla.
-Nunca me cansaré de subir aquí arriba- dice.
-Es perfecto.
Empiezo a sacar fotos a todo, como si mi vida dependiera de ello. Menos mal que llevaba la cámara en el bolso. También le saco unas cuantas a Joe. Después le pedimos a un turista que nos saque una juntos, de recuerdo.
-Yo tendré la foto para recordarte, pero, ¿y tú?- Le digo.
-No te preocupes, te aseguro que nunca te olvidaré.
Siento que me derrito por dentro. Es taaaaan adorable... Le dedico la mejor de mis sonrisas. Nos miramos a los ojos un largo rato.
Nunca olvidaré este momento.
Después, él aparta la vista.
-Se está haciendo tarde, ¿bajamos ya?
-De acuerdo- digo. Algo dentro de mi me grita que haga lo posible para estar más tiempo con él. Lo ignoro.
Bajamos, y una vez bajo, esa parte de mi actúa sin mi permiso.
-¿Te tienes que ir ya?- Digo.
-No tengo por qué. ¿Y tú?
-No tengo por qué.
Me sonríe.
-¿Quieres que demos una vuelta?
Estoy muerta, ha sido un día agotador, pero no puedo evitar decirle que sí. Vamos a un lugar apartado, y nos sentamos en un banco. No sé cómo, todo pasa muy rápido, pero cuando me doy cuenta estamos los dos tumbados en la hierva, muy juntos, mirando el cielo, que está algo nublado, pero también se pueden observar algunas estrellas.
-¿Conoces los cinco secretos de las nubes?- Me dice de improvisto.
-No- contesto- ¿cuáles son?
-Primero: Antes de nacer, crean otro ser para ti. Sin este ser, no puedes vivir, sientes que te falta algo. Lo necesitas. Segundo: siempre te observan y te evalúan. Te hacen pruebas constantemente. Quieren saber lo que vales. A veces, te dicen lo que tienes que hacer. Es tu decisión oírles o no. Tercero: Si vales lo suficiente, te hacen regalos. Un coche, una casa, un trabajo... enamorarte. El valor y la duración de este regalo depende de lo que valgas, el mayor regalo es ese ser del primer secreto. Cuarto: tienen sentimientos. Si les ignoras constantemente, se vengan. Te hacen sufrir. Y quinto: cantan. Siempre están cantando. Te cantan en el oído, cantan tu vida, tu futuro o tu pasado. Existen personas capaces de oír estos cantos. La gente acostumbra a llamarlos videntes. Hay mucha gente que no cree en estas cosas. Eso le duele a las nubes. Como castigo, les hacen sufrir.
»Por lo tanto, la gente que cree que nada es imposible es más feliz. En parte porque las nubes les quieren, y en parte porque tienen un espíritu luchador que nunca se rinde, que hace que consiga lo que se propone, siempre y cuando las nubes se lo permitan. Esto también conlleva a hacerles mejores personas, pues valoran más el esfuerzo, por lo que las nubes les regalan más cosas, más duraderas y más valiosas, por lo que su felicidad aumenta. Pero, claro, tampoco debes obsesionarte.
»Conclusión: si sabes cuando rendirte eres incalculablemente más feliz que alguien que tira la toalla a la mínima.
Al principio he pensado que estaba loco. Después, he visto que tenía toda la razón del mundo. No suelo tirar la toalla, pero, después de esto, va a ser prácticamente imposible que lo haga. Pero sin obsesionarme. ¿Cómo sé si me estoy obsesionando? Bueno, da igual. Es una buena metáfora, la podría usar para alguna de mis historias.
-¿Dónde has aprendido eso?- Pregunto.
-Lo leí en un libro.
-¿En cual?
-No recuerdo el título, lo siento.
-No importa. ¿Qué hora es?
-Las once y media- contesta mirando su reloj.- ¿No deberíamos irnos ya?
-Sí- admito, muy a mi pesar. Ojalá fuera más temprano.
-Voy a llamar un taxi. ¿Quieres que te acompañe a casa?
-Sí, muchas gracias- las palabras salen de mi boca sin pedir permiso. Debería haber dicho que no, Joe ya ha hecho mucho por mi. Soy una egoísta. Pero, en el fondo, quiero estar más tiempo con él; parece que solo ha pasado media hora desde que me ha tirado el helado encima.
Coge su móvil y pide un taxi, que llega en cinco minutos.
-No te preocupes pequeña, en unos veinte minutos estaremos allí. ¿Te importa que te llame así?
-No- le sonrío. En realidad, me parece encantador.
-Nunca olvidaré esta tarde, pequeña.
-Ni yo, no lo dudes.- De verdad creo que nunca olvidaré esta tarde. ¿Y si él es el ser con el que las nubes me han predestinado? No, pensar eso es demasiado precipitado.
Ahora que caigo, ¿Y Dianne? La he dejado sola todo el día, me siento fatal. Espero que no se haya enfadado. ¿Es muy egoísta esperarlo? Es mi mejor amiga, y la he dejado por un chico al que ni conozco.
Pero en el fondo no me arrepiento. Hoy ha sido uno de los mejores días de mi vida. A parte, ha decidido ella marcharse, no es culpa mía; pero lo ha hecho por educación y para dejarnos intimidad. Ay, estoy hecha un lío. ¿Se habrá sentido muy sola? ¿Estará despierta? ¿Me hablará?
-Estás muy callada, ¿te pasa algo?- Pregunta Joe.
-No, no es nada, pero gracias por preguntar- miento.
-No tienes por qué darme las gracias- le sonrío.
El taxista aparca a unas pocas calles del hotel. Bajamos y Joe le paga.
-¿Quieres que te de la mitad del dinero del taxi?- Pregunto sacando la cartera.
-Oh, no, descuida. Yo invito, ¿recuerdas?
-Gracias.
-No me las des, vale la pena por haberte conocido y por haber pasado una tarde entera junto a ti.
Otra vez consigue sacarme los olores y acelerarme el corazón.
-A sido maravilloso- le aseguro. No quiero que piense que para mí ha sido todo una pérdida de tiempo, de verdad que me ha encantado.
Recorremos lo poco que queda hasta el hotel en silencio. Cuando llegamos, Joe me dice:
-Buenas noches pequeña. Que las nubes te canten cosas tan hermosas como tú, si es posible.
-Muchísimas gracias- le digo con el corazón a cien- igualmente.
Nos despedimos con dos besos y subo a la habitación.

Abro lentamente, preocupada por el estado de ánimo en el que pueda encontrar a Dianne. Pero en cuanto abro, salta delante de mi y me acribilla a preguntas:
-¿Qué tal? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde habéis estado? ¿Qué habéis hecho? ¿Te gusta? ¿Habéis hablado mucho? ¿Tienes su número? ¿Habéis quedado? ¿Te ha acompañado hasta aquí? ¿Cómo te ha tratado?
¡Oh, no! Se me ha olvidado completamente pedirle su número o su dirección. ¿Qué voy a hacer ahora? No consigo sacármelo de la cabeza.
-Eh, tranquila. Ahora te lo cuento todo.
Se lo cuento con pelos y señales, y ella no me interrumpe en ningún momento.
-¡Oh, es precioso!- Exclama cuando termino.- ¿Habéis quedado ya?
-No, se me ha olvidado pedirle su número o su dirección.
-Pues vaya...
-Pero no importa- digo quitándole importancia- voy a estar contigo, por eso he hecho este viaje.
Parece decepcionada, pero no dice nada.
-Estoy muerta, ¿nos vamos a la cama?- Pregunto.
-Vamos. Buenas noches Ana.
-Buenas noches Dianne.
Me acuesto y me tapo con la manta. Aunque no puedo dar ni un paso más, no consigo dormirme. Me quedo mirando el techo, pensando. Pasa el tiempo y sigo despierta; echo demasiado de menos a Joe.
Que las nubes te cantes cosas tan hermosas como tú”
Al fin, consigo dormirme, mientras esta frase me da vueltas en la cabeza y poco a poco se grava a fuego en mi corazón.

A la mañana siguiente, Dianne y yo nos vestimos y nos vamos a dar una vuelta. Vamos charlando entretenidamente, hasta que giramos una esquina y un gran ajetreo nos llama la atención a las dos.
Hay muchísima gente, varias cámaras y periodistas, ambulancias y coches patrulla.
Entre el mar de gente, veo a Joe.
-¡Joe!- Le llamo. Él me ve y viene hacia nosotras.
-Vámonos- pide.
-¿Por qué? ¿Qué ha pasado?- Pregunta Dianne.
-No lo sé, pero me agobia que haya tanta gente. Por favor, ¿podemos irnos?
-Vale- contesto.
Los tres nos alejamos de la multitud.
-Bueno, supongo que mañana lo veremos en las noticias- dice Dianne. Me da la sensación de que Joe se pone pálido. Bah, imaginaciones mías. Damos unas vueltas por las ciudad y después paramos en un bar a tomar algo. Dianne se pide un helado de fresa, yo uno de vainilla y Joe uno de chocolate. Están deliciosos.
Cuando terminamos, Joe se convierte en nuestro improvisado guía turístico. No se le da nada mal.

Nos está enseñando una hermosa fuente cuando escucho parte de una conversación que mantienen dos hombres ya de cierta edad.
-Aún no han atrapado al asesino.
-¡No me lo puedo creer! Con lo tranquilas que son estas calles... ¡Y asesinan a un joven! Pero, lo peor, es que los que dicen que vieron al asesino, aseguran que es aún más joven que el muerto.
-Vamos, ya hemos acabado de ver todo aquí- dice Joe, impidiéndome escuchar lo que le contesta el otro.
-Espera que saque unas fotos- le digo.
-No- dice, lanzando miradas a los dos hombres a los que les estaba espiando la conversación- no vale la pena- se apresura a decir, y echa a andar antes de que Dianne o yo podamos replicar.
-Qué raro es- me susurra Dianne al oído. Decido no contestarle.
Seguimos un par de horas más visitando la ciudad y sacando fotos, cuando, de repente, oímos la sirena de un coche policía.
-¿Creéis que siguen con el caso de antes?- Les pregunto a Dianne y a Joe.
-No lo sé- contesta Joe.- Venid, por aquí.
Empieza a andar en la dirección contraria a la que viene el coche.
-Espera- dice Dianne.- Quiero visitar esa plaza de allá, es preciosa.- Señala hacia el lado opuesto en el que Joe avanza.
-No- dice éste. Pero, antes de volver a andar, tenemos el coche a escasos metros, y Joe se esconde tras una pared. Después, empieza a andar hacia donde se dirigía antes, sin esperarnos. Pero no le dejo ir muy lejos.
Con el corazón latiéndome con fuerza, le agarro del brazo y la arrastro hasta un lugar apartado.
-¿Qué?- Me pregunta son brusquedad.
-Joe- hablo con cuidado, buscando las palabras correctas.- Joe, tú...
-¿Si?
-¿Tú mataste a aquel chico?
Me mira con seriedad. Con una seriedad que sobrepasa lo normal. Siento que me cuesta respirar.
-Ana, yo te amo, ¿lo sabes? Desde el primer momento en el que te vi. Desde el primer momento en el que escuché tu voz.- No se por qué, sé que dice la verdad. Pero le ignoro.
-¿Fuiste tú?- Repito con violencia, pero sin chillar. Pasan unos segundos que me parecen eternos. Finalmente, contesta:
-Sí.

martes, 2 de abril de 2013

Los Secretos de las Nubes: Primera parte.



¡¡RIIIIIIIING!!
¡Al fin! No me lo puedo creer. ¡Ya somos libres! El verano acaba de comenzar, y, con él, la mejores vacaciones de mi vida. Me voy con mi mejor amiga a Francia. Las dos queremos viajar allí desde hace años, y llevamos mucho tiempo planeándolo. Nos ha costado meses convencer a nuestros padres, y casi un año ahorrar el dinero. Visitaremos Roma, Pisa, París... ¡Vamos a visitar una de las Siete Maravillas del mundo y a estar en la ciudad del amor! ¿No es fantástico? Después de todo, las clases de francés han merecido la pena. Recojo las cosas lo más rápido que puedo y salgo casi corriendo de aquel infierno al que llaman instituto. Cojo mi iPod y pongo una canción al azar. Mientras suena Thanks for the Memories de Fall Out Boy voy ha mi casa super emocionada.
Siento que me vibra el móvil. Es un whatsapp de Dianne, mi mejor amiga, con la que voy a pasar el resto de las vacaciones.
DIANNE: ESTE VA A SER EL MEJOR VERANO DE NUESTRAS VIDAS!!
No puedo evitar sonreír. Dianne es tan entusiasta...
TÚ: Por fin vamos a visitar Francia! Queria ir alli desde que tenia 12 años
DIANNE: Seguro que te ligas a algun frances buenorro ;)
Reí.
TÚ: Venga ya, tu me has visto? Soy horrible!
DIANNE: Eres preciosa! Y no empieces, porfa
TÚ: Lo que tu digas, pero es verdad
DIANNE: Me voy cielo, luego hablamos. Besos
TÚ: Adios preciosa.
Guardo el móvil y llego a mi casa. No puedo evitar subir corriendo las escaleras y prácticamente abalanzarme sobre la puerta para abrirla.
Cierro de un portazo y corro a mi cuarto para hacer la maleta. Enciendo el ordenador, entro en Youtube y al ritmo de Suit & Tie, medio bailando, me paso horas probándome y guardando ropa mientras las canciones pasan y pasan. Va a ser un viaje muy importante. Visitaremos mundo, aprenderemos sobre cultura, religiones, idiomas, geografía... ¿Pero qué estoy diciendo? Las dos hemos aprobado todas las asignaturas y no pensamos tocar un libro en todo el verano.
Vamos para viajar, conocer gente, pasarlo bien... Por otra parte, este viaje también puede ser una gran oportunidad para las dos, si sabemos aprovecharla. En España, somos algo conocidas por nuestros talentos. Dianne tiene una voz preciosa, y canta genial, aparte de hacer unos dibujos capaces de dejarte sin habla. Yo, por otra parte, domino la guitarra y llevo escribiendo desde que tenía once años. Estos cuatro talentos nos han ayudado mucho a la hora de conseguir el dinero para el viaje. Algunas veces, hemos llegado a actuar en algún bar del barrio. Además, ella puede vender sus dibujos y a mi me pagan por leer mis historias en los colegios. A veces, ella dibuja lo que escribo, o yo invento historias sobre sus dibujos.
Hemos escrito canciones en francés por si se nos presenta la oportunidad de cantarlas. También he traducido mis mejores historias y ella ha hecho sus mejores dibujos. Nos hemos esforzado muchísimo las dos, no vamos a esperar que se nos presente la oportunidad, vamos a buscarla, y vamos a encontrarla, cueste lo que cueste. Nos vamos a hacer famosas en Francia, vamos a labrar parte de nuestro futuro. Por eso este viaje no es un simple viaje. Es muy importante que todo salga a la perfección.
Bueno, bueno, a ver, que ya me estoy haciendo demasiadas ilusiones. Es muy difícil que nos hagamos “famosas” de verdad en Francia, puesto que ni siquiera lo somos en España. Somos conocidas, ya está. Pero por ser difícil no nos vamos a rendir. Es más, nos gustan los retos, y este es el mayor que se nos ha presentado jamás. De hecho, a este viaje le llamamos “El Gran Reto”.
Elijo ropa tanto formal y arreglada como para salir una tarde por ahí y tomarse un helado. No puedo esperar más, siento que se me va a salir el corazón del pecho por la emoción. Es tan emocionante... Como la maleta ya está a punto de reventar de ropa y no me puedo estar quieta, le mando un whatsapp a Dianne para ver si puede quedar. Dice que sí.
En apenas quince minutos, estamos las dos juntas partiéndonos de risa, como siempre. Hablamos sobre cualquier tontería, pero el tema del viaje no tarda en surgir.
-Necesito que llegue ya...- digo en voz baja.
-¡Va a ser genial!- Dianne me mira con una sonrisa pícara- todo puede pasar en la ciudad del amor...
Le sonrío. Siempre que me dice eso se lo niego, pero hoy estoy de humor y muy positiva. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, todo el posible, ¿verdad?
-¿Sabes? No estaría tan mal. Echo de menos tener novio- admito.
-¡JA! ¡Lo sabía!- Exclama, triunfante. Río. ¿Qué no va a saber ella sobre mi? Es como mi diario personal. No sería raro que me conociera incluso mejor que yo misma.
-Ya son las diez...- murmura Dianne mirando su móvil. Nos despedimos con dos besos y cada una se va a su casa.

Cuando llego, la cena está lista. No me había dado cuenta del hambre que tengo. La devoro, y, después, cojo algo de fruta.
En cuanto termino, voy a mi cuarto. Enciendo el ordenador para ver si tengo algo. Miro y contesto todo y lo vuelvo a apagar. Cojo mi iPod, le doy a aleatorio y empiezo a escribir una historia en una pequeña libreta que uso solamente para eso.
Cuando me doy cuenta, son las doce menos cinco. Decido irme ya a dormir. Mañana, mis padres me despertarán temprano para ir a la playa.
Pongo el iPod a cargar, por si las moscas, apago la luz y enseguida estoy dormida.

Parece que solo han pasado cinco minutos cuando mi padre sube la persiana de mi cuarto, sin piedad. Me pongo en “modo vampiro” y me tapo entera con la sábana, en un vano intento de protegerme de la luz.
-Levanta, marmota. ¿O es que te quieres perder el único día del verano que vas a pasar con tu familia?
-Ya vooooy- contesto medio dormida. Mi padre se va de mi cuarto, y, tras un gran esfuerzo, consigo levantarme.
Desayuno algo de fruta y me visto. Me pongo un bikini de rayas rojas y blancas, unos pantalones cortos y una camiseta vieja pero mona. También cojo el iPod y un libro. En media hora, estamos en el coche.
Cuando llegamos, estiro mi toalla sobre la arena y me pongo protección solar. Mientras mi hermana pequeña, Natali, de siete años, hace castillos en la arena, yo leo un rato y escucho música.
Natali es igual que yo: Pelo marrón y ojos grises, no muy alta, tirando a flaca, pero sin estar el los huesos. A ella la veo preciosa, sin embargo, a mi me veo del montón.
Mi rato tranquilo de lectura pasa volando. En cuanto a Natali se le derrumban unos cuantos castillos, me llama para ir a jugar al agua. Le diría que no, pero me mira con una cara de cachorrito que solo ella sabe poner y a la que me resulta imposible resistirme.
Primero jugamos un rato en la orilla, después, nos tiramos bolas barro, y, por último, hacemos castillos con fortalezas en la arena húmeda. Cuando nuestra madre nos llama para comer, Natali sale disparada hacia la mesa. Se nota que está hambrienta. Yo también voy. Para comer, tenemos unos bocadillos de jamón serrano, patatas, queso y olivas. Para beber, agua y coca-cola.
Cojo un bocata y me sirvo un baso de coca-cola. Está riquísimo.
-¿Estás nerviosa por lo del viaje?- Pregunta mi madre. Asiento.
-Te voy a echar de menos, hermanita- dice Natali. No puedo evitar sonreírle. Es un bicho, pero el en fondo es tan mona...
-No te preocupes enana, cuando acabe el verano volveré.
-¡Pero eso es mucho!- Se queja.
-Ya verás como no- le vuelvo a sonreír. Refunfuña un poco, pero no dice nada más.
-Ana, cariño, ¿estás segura?
-Sí, mamá, lo estoy. Tranquilízate, ¿quieres? Me voy de viaje a Francia, no ha tirarme desde un trampolín a un volcán en erupción.
No contesta, pero en sus ojos leo que no le he convencido. Bueno, ¿qué le voy a hacer? Es mi madre, es normal que se preocupe.
Acabamos de comer y cada uno vamos a nuestra bola. Mi padre juega con mi hermana en el agua, mi madre habla por whatsapp y yo leo y escucho música. Les voy a echar mucho de menos. Pero ya soy mayor, y llevo años queriendo realizar este viaje. Estoy emocionada y triste a la vez.
Le mandaría un whatsapp a Dianne, pero me he dejado el móvil en mi casa.
-Arriba, nos vamos ya- oigo la voz de mi padre y guardo el libro. Me visto, cojo mis cosas, ayudo con otras y me dirijo al coche.
El trayecto de vuelta a casa se me pasa volando. Cuando llegamos, ya es de noche. Cenamos. Me voy a mi cuarto y pongo todo a cargar. Intento dormir, pero, tras más o menos una hora, me rindo. Cojo un libro e intento leer, pero no me concentro. Pruebo a seguir con la historia. Escribo un largo rato y después vuelvo a intentar dormir. Me cuesta pero, finalmente, lo consigo.


¡BEP BEP BEP BEEP! ¡BEP BEP BEP BEEP!
Apago el despertador, emocionada. Hoy es el gran día. ¡Hoy me voy a Francia! Me levanto corriendo, aunque apenas son las siete de la mañana. Desayuno rápido, no lo puedo evitar. Me visto con mis vaqueros favoritos y una camiseta azul oscuro preciosa. No me gusta maquillarme, pero para la ocasión me arreglo algo más de lo normal, sin pasarme. En apenas media hora estoy lista. Tengo que reprimir el impulso de salir corriendo de mi casa, porque aún es muy temprano. Me siento en el sofá y hablo con Dianne por whatsapp. Ella también está lista ya. De repente, me doy cuenta de que no estoy sola. Me sobresalto.
-¡Natali! Casi me da un infarto, por Dios. -Digo en un susurro recuperándome del susto. Ella no se ríe, lo cual me parece muy raro. Siempre que me asusto, a ella le hace mucha gracia.
-No quiero que te vayas- me dice.
-Tranquila princesa, voy a estar bien, y podremos hablar desde el ordenador del papá, ¿de acuerdo?- Abro los brazos para que venga y me abrace. Lo hace. Tengo que esforzarme por contener las lágrimas.- Pero si este año le pides a los Reyes Magos una maleta lo suficientemente grande, el próximo viaje que haga te metes en ella y nos vamos las dos juntas, ¿vale?
Esta vez si se ríe, lo cual me alivia.
-¡Vale!- Exclama.
-Y ahora vete a dormir, enana.
Le doy un beso en la frente y corre a su cuarto. Estoy diez minutos más hablando con Dianne hasta que aparecen mis padres. Mi madre tiene lágrimas en los ojos. Les abrazo y les doy dos besos, les digo que les echaré mucho de menos, que les escribiré cartas y que les compraré regalos. Ya es hora de irme. Siento que el corazón se me va a salir del pecho. Cojo las maletas y voy hasta el lugar donde había quedado con Dianne. Cuando nos vemos, nos abrazamos.
Un taxi nos lleva hasta el aeropuerto. Guardamos las maletas y subimos al avión. Nos comunican que va a despegar. Nos movemos. Empieza a volar.
Nos vamos a Francia.