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sábado, 15 de marzo de 2014

Sentimientos verdaderos

  Ella estaba tumbada en su cama. Asking Alexandria resonaba con fuerza en sus oídos. Una solitaria lágrima recorría con lentitud su rostro; pero solo una. Ya no le quedaban fuerzas para más.
  Ahogó un sollozo más. Y otro. Y otro.
  Sabía que estaba sola, que nadie podría oírle llorar, pero su extremada desconfianza le impedía expresarse libremente. Una desconfianza que la vida le había regalado golpe tras golpe.
  Cuando hubo contenido tantos sollozos que ya no podía ni respirar, sintió como si su cuello explotase. Y fue una verdadera liberación.
  Y gritó, gritó con todas sus fuerzas. 
  Gritó por todas las veces que lo había pasado mal. Por toda la gente que le había hecho estar mal.
  Gritó por todas las veces que había llorado; y por todas las que no lo había hecho.
  Gritó por todas las lágrimas, por todos los sollozos, por los deseos de morir.
  Gritó por todas las pulseras de sangre cicatrizada que adornaban sus muñecas. Por todas las cuchillas, todos los cortes.
  Y gritó. Gritó hasta que la garganta le dolió igual que cuando contenía los sollozos.
  Cuando hubo gritado tanto que ya no tenía voz, sintió como si en su cuerpo estallara una bomba de energía. Y fue una verdadera liberación.
  Entonces corrió, corrió todo lo que su cuerpo le permitía.
  Corrió por todas las veces que había deseado escapar. Por la ciudad que le había hecho sentir esa necesidad.
  Corrió por todas las veces que se había sentido tan jodidamente atrapada; por esa maldita jaula que le oprimía cada vez más y que nunca era capaz de romper.
  Corrió por todas las veces que no lo había hecho; y por todos los sentimientos que le producía hacerlo.
  Y corrió. Y cuando hubo corrido hasta que sus piernas no podían mantenerla en pie, hasta que no supo donde estaba, se perdió. Y fue una verdadera liberación.
  Se perdió por todas las veces que se había sentido así, pero físicamente no lo había estado.
  Se perdió por todas las veces que deseó haberlo hecho.
  Se perdió por todas las veces que había deseado cualquier otra cosa que vivir.
  Se perdió por todas las veces que no había tenido cojones a ponerse un collar de cuerda.
  Y, cuando ya no podía perderse más, cuando le parecía que los carteles estaban en idiomas extraños y no había nadie a su alrededor, cayó.
  Se tropezó. Sus rodillas impactaron contra el suelo. Sus manos se llenaron de arañazos. Le dolieron las muñecas. Le dolieron las piernas. Le dolió todo.
  Entonces se acostó. Y allí, tumbada boca arriba, vio como su corazón salía de su pecho, y se elevaba al cielo, convertido en una hermosa mariposa.
  Vio como esa hermosa mariposa, tan reluciente y misteriosa, explotó. 
  Vio como llovía sangre a su alrededor.
  Vio como, poco a poco, la sangre se reunía en un mismo punto.
  Vio como, de la sangre, resurgía una forma oscura.
  Vio como la forma oscura le observaba.
  Vio como sostenía un cuchillo.
  Y cerró los ojos.
  Entonces escuchó.
  Escuchó silencio.
  El silencio que habitaba ahora en su pecho.
  El silencio de la Muerte avanzando cuidadosamente hacia ella.
  El silencio de un cuchillo volando rápidamente hacia su cuerpo.
  El silencio de la herida, de la sangre brotando, de perder los sentidos.
  El silencio de la felicidad de morir.
  Y rió. Y fue una verdadera liberación.