Vistas de página en total

domingo, 10 de agosto de 2014

Un silencio forzado

Qué vacía es la noche sin tus "te quiero" inesperados.
Qué vacía estoy sin ti, sin tu amor, sin tu cariño ni tu protección.
No te imaginas cuánto te echo de menos... lo difícil que es no decirte que te quiero, que te quiero muchísimo más de lo que te imaginas, y que nunca podré olvidarte. Que añoro tus besos, tus abrazos y tus caricias.
Añoro cada parte de ti, con tus defectos y virtudes.
Esa risa fresca que hacía florecer hasta a la flor más marchita. Esos ojos a los que el sol envidiaba por su brillo. Cada una de las pecas que adornan tu cuerpo. Tus curvas, en especial, tu sonrisa.
Deseo con toda mi alma poder volver a disfrutar de largas conversaciones contigo, durante toda la madrugada. Hablando de cosas sin importancia, mientras la puesta de sol nos despide, dando paso a una noche que velará por nuestro amor eterno.
Correr por la orilla del mar, como dos niños inocentes volando una cometa. Y caernos, y allí, llenos de agua y arena, mientras las olas acarician nuestros cuerpos, sin que nos importe nada, besarte. Besarte y abrazarte, como si nunca más fuera a volver a tenerte. Como si el mundo se acabara mañana mismo. Besarte, abrazarte, acariciarte... amarte como nunca nadie amó a otra persona, pues tú eres mi vida, pues tú eres mi muerte.
Pues tan sólo tú eres capaz de hacer palpitar mi corazón, mas eres la única persona capaz de hacerlo parar.
Pues por ti suspiro cada noche, mirando al infinito, mientras algo muy pequeño, e increíblemente poderoso, mantiene en mi interior la esperanza de que volverás, y de que volveremos a vivir juntos aquellos interminables momentos que me hacían sentir la persona más feliz y afortunada del planeta.
Pues tú, cariño mío, tan solo tú eres mi razón de existir, y, ¿qué sentido tiene la vida si tú ya no estás? ¿De qué sirve que siga aquí si ya no puedo decirte que te quiero, si ya no puedo sanar tus heridas tras la caída, ni secarte con mi calor tras la tormenta? ¿Qué más da ya todo, si al final, tú no estás?
Y no, no sabes bien la impotencia, la rabia que me provoca tener que callarme mis sentimientos. Ojalá pudiera decirte que te quiero, que amo tu forma de ser, ese humor que tienes y que me encanta, tu insaciable curiosidad por todo, tu forma de alegrarme cada momento de mi vida, de hacerme feliz como nadie más sabe. Ojalá pudiera explicarte lo mucho que te agradezco todo lo que me has dado, todas las veces que te has preocupado por mí, por mi bienestar, todas las veces que has estado junto a mí cuando más te necesitaba, y cuando no lo hacía, también...
Por todo esto, y por muchas más cosas que no puedo explicar con simples palabras, no creo que seas capaz de comprender todo lo que significas mis "te quiero". Todo lo que llevan y luchan por transmitir. Y, jamás te imaginarías, lo que me mata no volver a escuchar uno tuyo, saber que ya no ocupo ese lugar especial en tu corazón.
Supongo que tendré que conformarme con escribirte esto, aunque nunca vayas a leerlo, aunque nunca sepas que pensé en ti mientras mi corazón hablaba a través del papel.
Te quiero... 
Te quiero.

sábado, 9 de agosto de 2014

Cae

  Sus dedos sangran. Resbalan por la piedra, luchando por sostenerse, pero no pueden.
  Cae.
  El viento lucha por contrarrestar su caída, pero no es capaz.
  Cae.
  Las ramas de los árboles le arañan y golpean, luchando por sostenerle, pero no pueden.
  Cae.
  Su esperanza se esfuma, y su vida también. Todo se esfuma.
  Cae.
  Ya nada importa. Todo ha sido en vano. Su corazón se rompe. Su alma muere.
  Cae.
  Grita, mas su voz no nace. Pelea, mas su dolor no muere.
  Cae.
  Y llega al suelo. Impacta. Pero ni siquiera eso es capaz de frenar su caída.
  Y cae.
  Cae al abismo, al mismísimo fuego del Infierno, que le quema y le mata todavía más.
  Y cae.
  Y atraviesa el Infierno.
  Y cae.
  Y miles de cosas se encuentran ante él.
  Y cae.
  Y nada es capaz de frenarle.
  Y cae.
  Y nada es capaz de matarle.
  Cae.
  Por toda la eternidad, cae.
  Adiós, joven guerrero.

Mentiras.

  Ojalá fuera todo una mentira.
  Ojalá todo siguiera siendo como debería ser.
  Ojalá la gente siguiera a mi lado. Ojalá le importara a alguien. Ojalá... ojalá no hubiera cambiado tanto. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Tanto asco doy? ¿Tanto...?
  Te perdiste. Te fuiste. Me abandonaste.
  Te quedaste a mi lado durante el suficiente tiempo como para hacerme creer que de verdad me querías. Me ilusionaste, y después... como un triste loco más, clavaste en mi espalda la espada del olvido.
  Y no fuiste el primero.
  Ni el último.
  Nunca nadie será el último... nunca nadie lo será mientras palpite mi lastimado corazón.
  Tan solo la muerte podrá poner fin a esta tortura.


  Y después de tantos golpes... después de tanto daño... después de tanto tiempo, y tantas promesas a mí misma de no volver a confiar, de no volver a querer, ¿por qué sigo teniendo fe? ¿De dónde la saco? ¿Y de qué me sirve, si, en el fondo se, que nada va a cambiar?
  Tan solo puedo seguir adelante, seguir y seguir, sin destino alguno, como un alma en pena condenada a pasar toda la eternidad en un mundo al que no pertenece... carente de emoción, de sentimientos, pues me han sido arrebatados lentamente, pues me han abierto en canal y los han sacado todos, para que pueda morir en vida.
  Al menos podrías decir la verdad. Al menos podrías dejar de mentir, y explicar por qué, por qué te fuiste, me abandonaste, por qué, tras tanta falsa palabra, me has dejado aquí a mi suerte, perdida en un mar enfurecido. Al menos podrías explicarme qué has conseguido con ello, o si vas a volver, o si te has ido para siempre.


  Ay, son tan hermosas las mentiras. Como un campo de rosas.
  Mientras te mantienes fuera, las admiras, las amas, te enamoras de su forma y su belleza, de su color, de su olor, su delicadeza. Pero una vez están dentro... oh, una vez que estás dentro, te pinchan, sus espinas se clavan en ti, atravesando tu piel, haciéndote sangrar, y, entonces, tan solo tienes dos opciones: o correr, correr y correr hasta el final, mientras miles de espinas te arañan y cortan, te hacen sangrar, correr soportando el dolor, y que el destino decida si vives o mueres; o dejarte caer, y allí, en el suelo, cubierto de barro, esperar una lenta muerte que tardará demasiado en llegar, pero que nunca te dejará escapar...


  Así que huiré. Yo sola huiré, tan solo acompañada por mi alma guerrera, huiré de la mentira, huiré de la verdad, y, en un campo de rosas moriré, luchando por llegar al final.